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13. Al capítulo trece está respondido, en el primer capítulo y en el undécimo, de cómo se llama el pueblo y los sujetos, y la causa por que ansí se llamó y los vecinos que cada uno de los dichos sujetos tienen, y las lenguas que hablaban y las que ahora hablan. Y esto [es lo que] se responde a este capítulo.
14. Al catorce capítulo, se responde que este dicho pueblo de Ameca, con sus sujetos, en su gentilidad se gobernaban por un señor, hijos y nietos del Xoxouhqui Tequani, llamado Huitzil, que quiere decir “jilguero”, abuelo y bisabuelo de Timizinque, que es el que gobernaba cuando el español o conquistador Juan de Añesta los descubrió. Quiere decir este nombre de Timizinque, en nuestra lengua castellana, “mancebo”, y padre que fue del gobernador que ahora gobierna, llamado Don Martín Cortés. Los cuales dichos gobernadores o señores eran muy temidos, y tenían mucho dominio sobre los macehuales y los obedecían en gran manera; dábanles tributo mucha caza de venados, conejos, y otras aves de volatería; hacíanles sementeras de maíz en que cogían, al parecer de lo que ahora cogen y miden, más de ochocientas fanegas de maíz (no había medida entre ellos). Y, para el cumplimiento de este dicho tributo, había mucha diligencia y cuidado, y, el que no lo cumplía ni iba a hacer la dicha sementera, y se quedaba por flojo y perezoso, moría por ello. Los ritos y adoraciones que tenían en su gentilidad era un ídolo de piedra, el cual tenían en una casa de adoración que ellos llamaban Teocalli, que, propiamente, quiere decir “casa de adoración”. El cual dicho ídolo estaba en una petaquilla de caña cuadrada y pequeña, que es a manera de una cajuela, con su tapadera. Y este ídolo era constitución entre ellos que no le viesen los indios generalmente, sino solos los sacerdotes que eran guardas de la casa, a quien llamaban Teopixque, que, propiamente, quiere decir en nuestra lengua castellana “guardas de la casa de adoración”. Y este ídolo, según dicen, no lo hicieron ellos, sino que los antiguos, sus antepasados, lo dejaron labrado
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muchos años ha, y que no se acuerdan de cuántos; y, por haberlo ellos dejado, lo tenían en mucho, por haber venido sucediendo de unos en otros hasta nuestros tiempos. No entraban en esta casa de adoración, si no era cuando vencían a sus enemigos en algún encuentro que con ellos lo tenían y les tomaban algunos indios a manos, los cuales sacrificaban a su ídolo. Y tenían esta orden: que, los presos o esclavos que tomaban a sus enemigos, los traían a su pueblo y, tantos cuantos presos eran, repartían por los Tlaxilacales, que quiere decir “barrios”, y dábanlos en guarda a los Tequitlatos, que quiere decir “[los] mandones”, y mandábanles que los tuviesen a buen recaudo y con mucha guardia por tiempo de cuarenta o cincuenta días, que era la sentencia que les daban para ser sacrificados. Y mandaban a los tales Tequitlatos que les diesen muy bien de comer en todo este dicho tiempo, venados, y conejos y todas las demás cosas, y vino de maguey, y [que] no les vedasen cosa. Porque engordasen, no los sacrificaban luego que los tomaban, porque decían que estarían flacos para sacrificarlos a su dios; y, para que fuese más acepto su sacrificio, los engordaban. Y, cumplidos los días puestos que habían de ser sacrificados, los sacerdotes o guardas de la dicha casa de adoración, a quien todos ellos veneraban mucho, enviaban a decir al señor que ya era tiempo, que viniesen a la casa de adoración e hiciesen gracias al teotl, que quiere decir “el adorado” o “dios”, por el beneficio grande de haberles dado victoria contra sus enemigos. Y, ansí, todos, bien aderezados con las insignias de guerra, como habían ido a la pelea, con plumas en las cabezas y cuentas en las gargantas y pies y muñecas, entraban en la iglesia, y allí se estaban por tiempo de cinco días, sin salir de ella. Ayunaban todos estos cinco días, y no comían más de una vez al día, y esto muy poco, y no llegaban
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ni tenían ayuntamiento con sus mujeres; y, en estos días, pedían a su dios que les diese victoria contra sus enemigos y que, si otra tal como la pasada les diese, que, tantos cuantos presos o vencidos tomasen, de tantos le harían sacrificio para que tuviese bien que comer. Y le pedían y suplicaban recibiese los vencidos que de presente le ofrecían. Y, acabados los cinco días, mandaban traer los indios que habían de ser sacrificados y subíanlos a un alto de cinco gradas, donde estaba una piedra redonda y bien labrada, y allí los subían con dos padrinos a los lados, que los traían del brazo; echábanlos en aquella piedra de espaldas y un verdugo que allí estaba, muy diestro y para este efecto señalado, mancebo virgen y que no hubiese tenido ayuntamiento con mujer, con mucha presteza les habría con una navaja aguda el lado del corazón y sacábansele. Y los teopixques o sacerdotes iban luego con el corazón de los muertos y, en aquella cajuela o petaquilla donde el ídolo estaba, metían el corazón y decíanle que comiese de aquel corazón y bebiese de aquella sangre; y, acabado que comía de los corazones, repartían los cuerpos entre ellos, por todos los barrios, y comíanselos, cocidos, con mucho contento y mitote, que quiere decir “baile”, y éste era el remate de su fiesta.
Sus leyes [y] ritos y castigo eran que, de cada barrio, señalaban cierta cantidad de soldados para la guerra y, los que de estos faltaban, morían por ello. El género de muerte que les daban era darles con una maza en el cogote, hasta que morían. Si alguno era ladrón, era aborrecido en gran manera y moría por ello; y, el que levantaba testimonio, moría por ello. Y los padres no encargaban otra cosa a sus hijos, sino que fuesen animosos y valientes, y que no hurtasen ni levantasen testimonio, porque, de más de que habían de ser
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castigados, enojarían a su dios que estaba en lo alto. El que tenía ayuntamiento con parienta, o madrastra, moría por ello; el que tenía ayuntamiento con la mujer ajena, tenía este género de castigo y satisfacción: que el marido procuraba de matar al adúltero y, muerto, mataba luego [a] la mujer, y el matador ibase al señor o gobernador y decíale cómo él había muerto a su mujer por haberse hecho adulterio, y que era hija de fulano en tal barrio, y [que], ansi mismo, había muerto a fulano por la traición que le hacía, hijo de fulano en tal barrio. Y el señor enviábalo a decir ansí a los padres o deudos de los muertos, y que si querían perdonarles aquellas muertes al tal matador; y, si no querían perdonarle, enviaban a decir al señor que ellos querían vengar la muerte, que saliese el ofendedor, porque querían flecharse con él. Y, ansí, salían los deudos de los muertos, y los del ofendedor, y flechábanse hasta que alguna de las partes muriese, que era la señal de satisfacción o vencimiento. Y, con esto, se concluye esta cuestión y se responde a este capítulo.
15. Al quince capítulo, se responde que este dicho pueblo de Ameca se gobernaba, en tiempo de su gentilidad, por un señor y por un nahualehca, que quiere decir “familiar”, y este familiar dicen que hablaba con el Demonio y sabía las cosas que habían de suceder. Y éste, y el gobernador y señor, llamaban a los mandones de cada barrio [para que], a alta voz, dijesen a los naturales lo que el familiar decía de lo que había de suceder y las guerras que se les movían, y [si] los tiempos habían de ser lluviosos o secos. Y estos tequitlatos o “mandones” eran obedecidos de todos los macehuales, y [eran] los que tenían cuidado de mandar salir [a] los que habían de ir a la guerra y a los que habían de hacer las sementeras para el señor, y tenían cuidado de cobrar los tributos. Gobiérnase hoy día este dicho pueblo por un alcalde mayor, proveído por el muy excelente señor Virrey de la Nueva España, y por dos alcaldes ordinarios, indios electos por el alcalde mayor, regidores y los demás principales
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de este dicho pueblo, y por un alguacil mayor, aprobados y con mandamientos del muy excelente señor Virrey de la Nueva España, Don Martín Enríquez, para que administren justicia. Y, para las cosas tocantes a la iglesia y doctrina de los naturales, hay un vicario y fiscal.
Traían guerra los de este dicho pueblo con las provincias comarcanas, que son Izatlan, cuyas leguas están declaradas en el capítulo séptimo, que cae a la parte del norte; tenía guerra con la provincia de Ávalos, que es Cocula, que le cae a la parte de levante, cuyas leguas están ansi mismo declaradas; tenía guerra con la provincia de Tenamaztlan, pueblos de Martín Monge que caen a la parte del sur. Movíanse guerra unos con otros por la caza, y por tomarse los unos a los otros algunos indios desmandados de sus pueblos y muerto Dicen que se desafiaban, los unos a los otros, con un titlantli que se enviaba, que quiere decir “embajador”, y este embajador iba a los pueblos comarcanos y, sin entrar dentro, se ponía a una parte desviada, de manera que fuese oído, y decíales a alta voz cómo tal señor los desafiaba sobre haberles entrado en sus términos a cazar, o sobre haberles muerto algunos hijos o vasallos suyos; que en tal parte los esperaba, si eran hombres para ello, porque querían satisfacerse del tal agravio. Este embajador iba con toda seguridad, sin que se le hiciese mal, y, ansí, salían los desafiados al campo.
La manera de pelear que entre ellos había, y armas que llevaban, era que se ponían frontero los unos de los otros, a la hila o en ala, a cuarenta o cincuenta pasos los unos de los otros, y allí se flechaban, desnudos, que ésta era su manera de andar en su gentilidad; peleaban con arcos de palo que entre ellos había muy recio, que llaman tepehuajin (que son como algarrobos), y de fresno, y flechas de caña insertas en ella una vara recia y atadas con nervios de venado, y, al cabo de la vara, un pedernal o navaja aguda y atada con los dichos nervios, y con sus plumas a los lados, atadas con los dichos nervios, arma muy presta