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Año 1, Tomo 1, Número 10
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EDUCACIÓN DOMÉSTICA (CONTINÚA)
El rey de la Creación, lectoras mías, cuando llega á sus vastos dominios, no se presenta altivo, imponente, seguido de una deslumbradora corte que se dispute la honra de satisfacer sus más ligeros caprichos: al contrario, el sér que con tanta suficiencia se declarará más tarde el dueño absoluto de todas las cosas, es al principio un sér débil, endeble, impotente ni aun para atender por sí mismo á su conservación y rodeado de invisibles pero poderosos enemigos que acechan siempre una oportunidad para herirlo. ¡Ay de él entonces si no tiene una madre previsora, solícita é instruida que evite los peligros que le rodean, ¿sustituyéndolos con los medios que deben conservarlo, desarrollarlo y conducirlo á su perfeccionamiento!
La primera obligación de la madre, mejor dicho, el más dulce de todos sus deberes, es atender á la conservación de su hijo; y para lograrlo debe estar prudentemente instruida en las reglas generales que nos da la Higiene, y sin las cuales no podría ayudar á la Naturaleza en su desenvolvimiento, ó entorpecería éste interpretando mal esas reglas.
El armónico desarrollo de los tres grupos de facultades que constituyen al sér racional, debe estar siempre bajo la dirección y vigilancia dé la madre. Esta, desde el primer momento de la existencia de su hijo, consagra todos sus afanes á la conservación de su salud; pero cuántas veces por una deplorable exageración en las reglas higiénicas, convierten las madres en un verdadero mal el medio que debía contribuir al bienestar físico del sér que les es más caro en el mundo! y en este caso, es preferible que la mujer ignore esas reglas, y que tenga sólo por guía su delicado instinto maternal y su ternura infinita, pues esto le bastará para saber, sin haberlo estudiado nunca, cuidar del alimento de su hijo, velar su sueño, evitando todo lo que pueda interrumpirlo, atender á su aseo personal y al de sus ropas, jugar con él con esa encantadora inocencia de las madres que vuelven á ser niñas con sus hijos; en una palabra, consagrarse por completo al cuidado del débil sér que está bajo su cariñosa protección. Si juzgamos preferible la ignorancia al abuso, es por las deplorables consecuencias que este produce: madres hemos visto que creyendo cumplir con los preceptos higiénicos, convierten á sus hijos en verdaderas máquinas que no se: han de mover sino con escrupulosa regularidad, contrariando así su actividad natural; que no han de dormir sino las horas que previene la Higiene, aun cuando estén dotados de una constitución delicada que requiera más horas de reposo; que no han de alimentarse sino cada véz que lo manda la Higiene, á quien declaran el tirano más exigente de su familia, sin comprender que la actividad de las funciones fisiológicas es mayor en los niños que en las personas adultas, y que necesitan comer para satisfacer dos fines: el de nutrición y el de crecimiento; quizá por eso Rousseau aconseja que el armario del pan esté siempre abierto para el niño.
La Naturaleza indica siempre lo que necesita, y no debemos contrariarla, seguros de que si la ayudamos prudentemente, ella recompensará con creces lo que hagamos en su favor.
Una de las cosas más importantes, una de las condiciones precisas, sin la cual todo lo que se haga para dirigir la educación física será imperfecto, es el aseo, cualidad preciosa, inseparable compañera del orden y de la regu— laridad, y la cual hace juzgar á primera vista del mérito intrínseco de una mujer.
No será, pues, nunca superfluo, nada de lo que se haga en su favor, y menos aún tratándose de los niños, para quienes el aseo es, podemos afirmarlo, un elemento vital. Así, una madre que comprenda el aseo como una necesi dad, cuidará siempre de conservar en las mejores condiciones el lugar en que viven Sus hijos.
El vestido es otra de las necesidades que vemos con demasiada importancia, considerándolo como adorno, y con muy poca ó ninguna juzgándola como el medio de preservarnos de la temperatura y para dejar al cuerpo la libertad de los movimientos, sin la, cual no puede haber gracia ni naturalidad.
(Continuará)
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HIGIENE. DEDICADO Á LAS MADRES DE FAMILIA (CONTINÚA).
Tenemos en México un establecimiento semejante ó sociedades que cuiden de la vida de los recién nacidos. Existe la Cuna; pero allí van los niños abandonados ó aquellos cuyos padres, para conservar sus derechos pagan veinticinco pesos mensualmente, y según sus deseos de que los niños estén en el establecimiento ó los envíen á alguna de las poblaciones cercanas para que los críe una indígena. ¿Puede acaso la obrera satisfacer esas cantidades?
La rehabilitación de una mujer será fácil, en mi humilde concepto, cuando se le enseñe á ser buena madre y tal resultado se conseguirá, á mi juicio, proporcionando los medios para que las mujeres de la clase pobre no se aparten de sus hijos ni los vean expuestos á perecer de hambre y de frío. En este caso la caridad comenzaría la rehabilitación, y el amor á la familia haría lo demás. Para alcanzar tan loable objeto, cuánto sería de desear que se imitara á los europeos (ya que tan afectos somos á la imitación) y que así como se ha creado la “Casa Amiga de la Obrera” se fundaran establecimientos análogos en donde los recién nacidos encontraran alimento y cuidados gratuitamente ó por medio de una módica retribución. ¿Qué madre se negaría á pagar un veinticinco por ciento del producto de su trabajo, si en cambio sabía que $u hijito vivía y vivía bien? Y las damas y las sociedades mubualistas se negarían á contribuir con una cuota mensual para el sostenimiento de una casa en donde se protegiera al sér más débil, al niño?
México cuenta un número de habitantes que no guarda relación con sus riquezas ni con su extensión, y cuidando de los niños cuya mortalidad, en los dos primeros años de la vida, alcanza á una cifra asombrosa, se tendría un medio seguro y poco oneroso de aumentar la población y con ella la industria, las artes y todo lo que constituye el engrandecimiento de un país.
No se me oculta que así como encontrará eco esta idea en el corazón de las buenas madres, también encontrará quienes la censuren y digan que proteger al recién nacido sería inmoral, supuesto que la mujer no tendría inconveniente en librarse á una vida de libertinaje, sabiendo que la sociedad se encargaría de mantenerle á su hijo; mas apresurémonos á contestarles que para que los instintos se refrenen por la reflección y las necesidades fisiológicas se sometan al cartabón del
raciocinio se necesita delicadeza de sentimientos y una culbura que no poseen nuestras mujeres del pueblo. Por lo de- . más no pretendo conocer todas las ventajas é inconvenientes de una cuestión social de tan alto interés; quede esto para los filósofos, para los sabios; mas para mí bastará solamente deciros, lectoras mías, que la higiene en muchos casos necesita del concurso de las autoridades y de los ricos para coadyuvar á la salubridad y engrandecimiento de las sociedades, y que estas consideraciones, quizá atrevidas, me las ha sugerido el haber presenciado varios casos; pero entre ellos uno muy reciente: Trátase de una madre con tres niños á quienes alimentaba con el producto de su trabajo: hace pocos días dió á luz otro niño. Y bien, esa pobre costurera qué hará ahora que su recién nacido le impide trabajar? ¿quién protejerá á su familia? No hagámos en contra de ella consideraciones egoístas, pues no sabemos si en un momento de dolorosa desesperación, al oir el lastimero grito de sus hijos que tenían hambre, ella salió casi loca en busca de pan y encontró la deshonra! Respetemos esos dolores y pensemos en que si hubiera establecimientos en donde pudieran depositar durante el día á sus niños, muchas infelices madres estarían gozosas, no abandonarían á sus reción nacidos y tal vez continuarían honradamente proporcionando á sus otros hijos él pan santificado por el trabajo.—MADRESELVA.
(Continuará).
REMITIDO. LA NOVELA COMPARADA CON EL ESTUDIO
Uno de los vicios que más corroen á nuestra enfermiza sociedad, es la lectura de los malos libros. La mayor parte de los novelistas modernos extraviando impunemente su correctiva y regeneradora misión, acercan en dorada copa á los labios de la ardiente y fogosa juventud, el tósigo que no sólo atrofia y paraliza los bellos atributos del sentimiento, sino que mata para siempre su moral y seductoras creencias, convirtiendo el corazón en un estuche vacío, donde sólo tiene cabida el helado descreimiento.
Tal vez creerán injustas ó exageradas nuestras aseveraciones; pero sin duda es porque su inherente egoísmo ¿indiferencia los hace observar con microscopio nuestras dolencias sociales.
En la edad en que los albores de la ciencia y del saber debieran alumbrar la inteligencia de la juventud, es cuando recibe por alimento intelectual la maquiavélica lectura de esas novelas, mengua de nuestra cultura y civilización que, con el frío escalpelo de la incredulidad, desgarran el albo ropaje de la que ellas llaman quimérica virtud; personifican el vicio y el crimen cubriéndolo con dorado antifaz, é impregnan, por decirlo así, sus impuras páginas con el ridículo escepticismo tan en moda hoy, que si no se alardea de llamar paradoja y pobre legado de la ignorancia de nuestros mayores á las más sagradas creencias, tam
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vestirse. Pero hay ejemplos más concluyentes como lo es el hecho narrado por el capitán Speke: “Cuando hacía buen tiempo, dice éste, los africanos se pavoneaban orgullosamente envueltos en sus mantos de piel de cabra; pero á la menor humedad se despojaban prontamente de sus mantos, los plegaban con cuidado, y exponían, tiritando, sus carnes desnudas á la inclemencia de la lluvia.”
Todos estos detalles de la vida primitiva demuestran que el uso del vestido ha nacido del prurito de adornar el cuerpo, y hay mayor razón para insistir en este origen, cuando se observa que entre nosotros mismos son muchos los que prefieren el lujo al bienestar, la elegancia á la comodidad, las ventajas externas que deben á sus trajes á los servicios que estos les prestan.”
En efecto, el gusto de lo brillante ha precedido al uso de lo útil; y aunque en nuestros días el sentimiento de la comodidad ocupa el primer rango en los vestidos de los hombres, no sucede lo mismo con el de las mujeres, que cada día, por acatar las leyes de la Moda se imponen nuevos y penosos sacrificios que afectan su constitución; y lo que es peor, educan así á sus hijas sin preocuparse de las consecuencias. Hace poco tuvimos ocasión de lamentar la muerte de tres amigas que perecieron al dar á luz su primer hijo; y como estos hechos se repitieron en otras personas que conocíamos, preguntamos á un amigo Doctor, por qué esas pobres madres habían tenido ese desenlace en un acontecimiento tan natural, y nos contestó: “La Moda, los tacones, el corsé, las fajas de resorte, ete., son los poderosos y eficaces factores de estas desgracias.” Insuficientes para tratar fisiológicamente los deplorables efectos que producen esas causas, nos limitamos á lamentar la perniciosa moda, y no nos atreveremos á tratar de extirparla por temor de incurrir en el desagrado de nuestras lindas pollas, que verían como un delito de lesa elegancia el consejo de suprimir el corsé cuando la Moda ordena que se lleve. Sin embargo, como nos complacemos en reconocer el buen juicio de nuestras compatriotas, y escribimos con el objeto de hacer extensivas algunas prátticas de sencilla y útil aplicación en la familia, no vacilamos en aconsejar á las madres que cuando menos, retarden cuanto sea posible el uso del corsé y de las fajas de resorte para dejar en completa libertad el desarrollo físico de la mujer, teniendo en cuenta sus imprescindibles funciones de madre.
Madreselva, en sus preciósos artículos de Higiene, encarga la proscripción de randas, encajes y bordados en la envoltura de los recién nacidos, exponiendo los perjuicios que pueden acarrear á los niños estos adornos; no dudamos que la correcta escritora será oída, y que cuando menos, en los primeros días de la vida, los niños serán preservados de los peligros que más tarde les traerá la Moda.
No se crea que al hablar así condenamos absolutamente las prescripciones de la voluble deidad ni pedimos que se pasen por alto sus prudentes advertencias; nada de eso: no olvidamos que “el mundo vive de formas” y por lo mismo creemos necesario seguir con moderación y juicio la moda reinante. Sólo deseamos que no se le sacrifique la salud; y que no se acostumbre á los niños á rendir un culto inmoderado á la exigente diosa, ni á estar siempre pendiente de susinnumerables caprichos para acatar sin previsión ni examen todas susleyes. Creemos que la virtud de la modestia inculcada desde muy temprano en los hábitos y gustos
de las niñas darán ópimos frutos cuando á su vez tengan ellas que formar corazones y caracteres que han de influir necesariamente en la sociedad, Así una madre prudente acostumbrará á su hija á no desear nunca más de lo que posee; y evitará cuidadosamente que se despierte én ella el deseo de competir en adornos y vestidos con sus amiguitas, haciéndole profesar como un principio, que la única competenciadignases la de la inteligencia. Les enseñará que un vestido bien cortado y limpio, aunque sea de una tela modesta, vale tanto como otro de rica seda que tal vez ha costado penosos sacrificios adquirir. La acostumbrará á que tome parte en la confección de sus vestidos y de su ropa interior, imponiéndole el deber de revisar esta semanariamente para que nunca la falta de una cinta ó de un botón acuse descuido y abandono.
La modestia, el aseo y el sentimiento de la comodidad, creemos que deben ser los principales móviles para la compra y confección de los vestidos. (Continuará.) MATEANA MURGUIA DE ÁVELEYRA.