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vestirse. Pero hay ejemplos más concluyentes como lo es
el hecho narrado por el capitán Speke: “Cuando hacía
buen tiempo, dice éste, los africanos se pavoneaban orgu-
llosamente envueltos en sus mantos de piel de cabra; pero
á la menor humedad se despojaban prontamente de sus
mantos, los plegaban con cuidado, y exponían, tiritando,
sus carnes desnudas á la inclemencia de la lluvia.”

Todos estos detalles de la vida primitiva demuestran
que el uso del vestido ha nacido del prurito de adornar el
cuerpo, y hay mayor razón para insistir en este origen,
cuando se observa que entre nosotros mismos son muchos
los que prefieren el lujo al bienestar, la elegancia á la co-
modidad, las ventajas externas que deben á sus trajes á
los servicios que estos les prestan.”

En efecto, el gusto de lo brillante ha precedido al uso
de lo útil; y aunque en nuestros días el sentimiento de la
comodidad ocupa el primer rango en los vestidos de los
hombres, no sucede lo mismo con el de las mujeres, que
cada día, por acatar las leyes de la Moda se imponen nue-
vos y penosos sacrificios que afectan su constitución; y lo
que es peor, educan así á sus hijas sin preocuparse de las
consecuencias. Hace poco tuvimos ocasión de lamentar
la muerte de tres amigas que perecieron al dar á luz su
primer hijo; y como estos hechos se repitieron en otras
personas que conocíamos, preguntamos á un amigo Doc-
tor, por qué esas pobres madres habían tenido ese desen-
lace en un acontecimiento tan natural, y nos contestó:
“La Moda, los tacones, el corsé, las fajas de resorte, ete.,
son los poderosos y eficaces factores de estas desgracias.”
Insuficientes para tratar fisiológicamente los deplorables
efectos que producen esas causas, nos limitamos á lamen-
tar la perniciosa moda, y no nos atreveremos á tratar de
extirparla por temor de incurrir en el desagrado de nues-
tras lindas pollas, que verían como un delito de lesa ele-
gancia el consejo de suprimir el corsé cuando la Moda
ordena que se lleve. Sin embargo, como nos complacemos
en reconocer el buen juicio de nuestras compatriotas, y
escribimos con el objeto de hacer extensivas algunas prát-
ticas de sencilla y útil aplicación en la familia, no vacila-
mos en aconsejar á las madres que cuando menos, retarden
cuanto sea posible el uso del corsé y de las fajas de resorte
para dejar en completa libertad el desarrollo físico de la
mujer, teniendo en cuenta sus imprescindibles funciones
de madre.

Madreselva, en sus preciósos artículos de Higiene, en-
carga la proscripción de randas, encajes y bordados en la
envoltura de los recién nacidos, exponiendo los perjuicios
que pueden acarrear á los niños estos adornos; no dudamos
que la correcta escritora será oída, y que cuando menos, en
los primeros días de la vida, los niños serán preservados de
los peligros que más tarde les traerá la Moda.

No se crea que al hablar así condenamos absolutamente
las prescripciones de la voluble deidad ni pedimos que se
pasen por alto sus prudentes advertencias; nada de eso: no
olvidamos que “el mundo vive de formas” y por lo mismo
creemos necesario seguir con moderación y juicio la moda
reinante. Sólo deseamos que no se le sacrifique la salud; y
que no se acostumbre á los niños á rendir un culto inmo-
derado á la exigente diosa, ni á estar siempre pendiente
de susinnumerables caprichos para acatar sin previsión ni
examen todas susleyes. Creemos que la virtud de la modes-
tia inculcada desde muy temprano en los hábitos y gustos

de las niñas darán ópimos frutos cuando á su vez tengan
ellas que formar corazones y caracteres que han de influir
necesariamente en la sociedad, Así una madre prudente
acostumbrará á su hija á no desear nunca más de lo que
posee; y evitará cuidadosamente que se despierte én ella el
deseo de competir en adornos y vestidos con sus amiguitas,
haciéndole profesar como un principio, que la única com-
petenciadignases la de la inteligencia. Les enseñará que un
vestido bien cortado y limpio, aunque sea de una tela mo-
desta, vale tanto como otro de rica seda que tal vez ha
costado penosos sacrificios adquirir. La acostumbrará á
que tome parte en la confección de sus vestidos y de su ro-
pa interior, imponiéndole el deber de revisar esta sema-
nariamente para que nunca la falta de una cinta ó de un
botón acuse descuido y abandono.

La modestia, el aseo y el sentimiento de la comodidad,
creemos que deben ser los principales móviles para la
compra y confección de los vestidos.
(Continuará.)
MATEANA MURGUIA DE ÁVELEYRA.

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