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HIGIENE.
DEDICADO
Á LAS MADRES DE FAMILIA
(CONTINÚA).
Tenemos en México un establecimiento semejante ó so-
ciedades que cuiden de la vida de los recién nacidos. Existe
la Cuna; pero allí van los niños abandonados ó aquellos cu-
yos padres, para conservar sus derechos pagan veinticinco pe-
sos mensualmente, y según sus deseos de que los niños estén
en el establecimiento ó los envíen á alguna de las poblacio-
nes cercanas para que los críe una indígena. ¿Puede acaso
la obrera satisfacer esas cantidades?
La rehabilitación de una mujer será fácil, en mi humilde
concepto, cuando se le enseñe á ser buena madre y tal re-
sultado se conseguirá, á mi juicio, proporcionando los medios
para que las mujeres de la clase pobre no se aparten de sus
hijos ni los vean expuestos á perecer de hambre y de frío.
En este caso la caridad comenzaría la rehabilitación, y el amor
á la familia haría lo demás. Para alcanzar tan loable objeto,
cuánto sería de desear que se imitara á los europeos (ya que
tan afectos somos á la imitación) y que así como se ha crea-
do la “Casa Amiga de la Obrera” se fundaran establecimien-
tos análogos en donde los recién nacidos encontraran alimen-
to y cuidados gratuitamente ó por medio de una módica re-
tribución. ¿Qué madre se negaría á pagar un veinticinco por
ciento del producto de su trabajo, si en cambio sabía que $u
hijito vivía y vivía bien? Y las damas y las sociedades mu-
bualistas se negarían á contribuir con una cuota mensual pa-
ra el sostenimiento de una casa en donde se protegiera al sér
más débil, al niño?
México cuenta un número de habitantes que no guarda re-
lación con sus riquezas ni con su extensión, y cuidando de los
niños cuya mortalidad, en los dos primeros años de la vida,
alcanza á una cifra asombrosa, se tendría un medio seguro
y poco oneroso de aumentar la población y con ella la indus-
tria, las artes y todo lo que constituye el engrandecimiento
de un país.
No se me oculta que así como encontrará eco esta idea en
el corazón de las buenas madres, también encontrará quienes
la censuren y digan que proteger al recién nacido sería in-
moral, supuesto que la mujer no tendría inconveniente en li-
brarse á una vida de libertinaje, sabiendo que la sociedad se
encargaría de mantenerle á su hijo; mas apresurémonos á
contestarles que para que los instintos se refrenen por la reflec-
ción y las necesidades fisiológicas se sometan al cartabón del
raciocinio se necesita delicadeza de sentimientos y una cul-
bura que no poseen nuestras mujeres del pueblo. Por lo de- .
más no pretendo conocer todas las ventajas é inconvenientes
de una cuestión social de tan alto interés; quede esto para
los filósofos, para los sabios; mas para mí bastará solamente
deciros, lectoras mías, que la higiene en muchos casos nece-
sita del concurso de las autoridades y de los ricos para coad-
yuvar á la salubridad y engrandecimiento de las sociedades,
y que estas consideraciones, quizá atrevidas, me las ha suge-
rido el haber presenciado varios casos; pero entre ellos uno
muy reciente: Trátase de una madre con tres niños á quie-
nes alimentaba con el producto de su trabajo: hace pocos días
dió á luz otro niño. Y bien, esa pobre costurera qué hará
ahora que su recién nacido le impide trabajar? ¿quién prote-
jerá á su familia? No hagámos en contra de ella considera-
ciones egoístas, pues no sabemos si en un momento de dolo-
rosa desesperación, al oir el lastimero grito de sus hijos que
tenían hambre, ella salió casi loca en busca de pan y encon-
tró la deshonra! Respetemos esos dolores y pensemos en que
si hubiera establecimientos en donde pudieran depositar du-
rante el día á sus niños, muchas infelices madres estarían go-
zosas, no abandonarían á sus reción nacidos y tal vez conti-
nuarían honradamente proporcionando á sus otros hijos él pan
santificado por el trabajo.—MADRESELVA.
(Continuará).
REMITIDO.
LA NOVELA COMPARADA CON EL ESTUDIO
Uno de los vicios que más corroen á nuestra enfermiza
sociedad, es la lectura de los malos libros. La mayor parte
de los novelistas modernos extraviando impunemente su
correctiva y regeneradora misión, acercan en dorada copa
á los labios de la ardiente y fogosa juventud, el tósigo que
no sólo atrofia y paraliza los bellos atributos del senti-
miento, sino que mata para siempre su moral y seductoras
creencias, convirtiendo el corazón en un estuche vacío,
donde sólo tiene cabida el helado descreimiento.
Tal vez creerán injustas ó exageradas nuestras asevera-
ciones; pero sin duda es porque su inherente egoísmo ¿in-
diferencia los hace observar con microscopio nuestras do-
lencias sociales.
En la edad en que los albores de la ciencia y del saber
debieran alumbrar la inteligencia de la juventud, es cuan-
do recibe por alimento intelectual la maquiavélica lectura
de esas novelas, mengua de nuestra cultura y civilización
que, con el frío escalpelo de la incredulidad, desgarran
el albo ropaje de la que ellas llaman quimérica virtud;
personifican el vicio y el crimen cubriéndolo con dorado
antifaz, é impregnan, por decirlo así, sus impuras páginas
con el ridículo escepticismo tan en moda hoy, que si no se
alardea de llamar paradoja y pobre legado de la ignorancia
de nuestros mayores á las más sagradas creencias, tam-
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