EDUCACIÓN DOMÉSTICA
Todos los modernos pensadores convienen en que la
prosperidad social, y la felicidad individual y colectiva
de la gran familia á que pertenecemos, dependen de la
educación de la mujer.
En efecto,siendo ella la legisladora de la familia, im-
porta mucho educarla convenientemente para que, cuan-
do reine en el hogar, su imperio sea dulce, pero sólido,
seguro, irresistible.
Si todas las madres tuvieran presente que sus hijas
también desempeñarán algún día el mismo sublime pa-
pel, les enseñarían á fondo todas las importantes obliga-
ciones que tienen que llenar como madres, como amas de
casa, como educadoras de sus bijas.
Es muy común atender de preferencia á la adquisición
de conocimientos que más tarde han de arrancar aplau-
sos y halagar la vanidad de las jóvenes, inspirándoles
desde muy temprano el deseo de lucir y rivalizar con sus
compañeras; y ver con culpable indiferencia el cultivo de
sólidas virtudes que han de asegurar un día su reinado
en el hogar. ¡Qué injusticia la nuestra! ¡Damos á nuestras
hijas una educación frívola é insustancial, y nos desespe-
ramos luego al verlas desgraciadas! Queremos que el per-
fume de las virtudes y de la felicidad sature siempre su
existencia, cuando hemos descuidado poner en su corazón
la semilla que debe producir tan apetecidos frutos.
Si las hacemos exigentes, caprichosas, egoístas, ¿cómo
queremos verlas dulces, dóciles y tiernas?.... Pero.....
¿es esto cierto? ¡Una madre puede inculcar en el corazón
de su hija mezquinas pasiones que harán su desventura!...
Desgraciadamente cuando la mujer no está bien educa-
da se convierte en un positivo mal para sus hijos, y tanto
más temible cuanto que las virtudes ó defectos de la ma-
dre se reflejan en los seres que sienten la influencia de su.
ejemplo. Este tiene más poder en las hijas, ya por la afi-
nidad de organimos, ya por la comunidad de ideas, ya en
fin, por el supremo ascendiente del amor materno.
De aquí resulta que una mujer que no sabe todas esas
pequeñas é indispensables virtudes domésticas, que son
las columnas del templo de la familia, hará madres como
ella, que por negligencia para instruirse en sus dulces, y
delicados deberes, convierta su hogar en ruinas, dentro
las cuales se levantarán terribles la discordia, el desen-
canto, la desgracia, y tal vez el odio.
Muchos genios superiores han tratado con verdadero
acierto el importante asunto de la educación de la mujer,
y aunque nada nuevo tengamos que decir sobre cuestión
tan estudiada, nos proponemos sin embargo, coleccionar
algunas ideas, no para presentar un ideal irrealizable, si-
no para generalizar algunos principios de práctica aplica-
ción en la familia.
No podemos ofrecer á nuestras lectoras un rico caudal
de consejos atesorado por la experiencia, ni podemos de-
cirles que nuestras observaciones son el resultado del
profundo estudio que hayamos hecho de la vida domésti-
ca; pero sí podemos asegurarles que, la profunda simpa-
tía que sentimos por todas las madres nos ha inspirado la
idea de ofrecerles este pequeño trabajo, que no tiene las
pretensiones de un plan perfecto de educación, y que ha
sido dictado por el sincero deseo de ayudar en algo en sus
tareás al ángel de ternura, de abnegación y de amor que
guía nuestros pasos en el mundo.
Mateana Murguía de Aveleyra.
(Continuará).