Año 1, Tomo 1, Número 9

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HIGIENE DEDICADO Á LAS MADRES DE FAMILIA (CONTINÚA)

¡Cuánto interés inspira un niño cuando lo vemos desde los primeros días de su vida buscar con avidez el seno que lo alimentará! ¡Pobrecillo! La razón de la fuerza lo obligaría á tomar lo que se le presenta, y tomaría un veneno si se le acercara á los labios. Cuántas veces las madres por ignorancia ó por otras causas menos disculpables obligan á sus hijos á recibir una alimentación que hace las veces del veneno. Perdonad, lectoras mías, que me distraiga en digresiones que pueden parecer temerarias apreciaciones, y continuemos el estudio de la alimentación de la niñez para que vosotras sin mi ayuda deduzcáis lo que esté más conforme con vuestro buen juicio.

La alimentación de los recién nacidos se divide en natural y artificial; la primera se subdivide en lactancia materna, mercenaria ó por medio de algunos animales hembras. En la artificial está comprendida la leche de burra, cabra ó vaca, propinada por medio del viverón, (mamadera) botella proveída de una esponja, ó á tazas. Otro medio de alimentación que los franceses llaman elêvage à sec consiste en dar al niño desde sus primeros días leche artificial, papillas ó atole de sagú, arrourroot, tesoro de los niños, ó harinas lácteas,

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De las tres maneras de lactancia, la materna es sin duda alguna la que debe preferirse y la que llena todas las condiciones que exige la frágil salud del recién nacido,

¡Qué elocuente lección de la naturaleza que prepara al niño su alimento más apropiado aun antes de que salga al mundo! mas á pesar de todo, muchas madres hay que no crían á sus hijos, ya por dificultades materiales, ya por dificultades morales. Como dificultades materiales verdaderas, existen la falta de secreción láctea, la Tuberculosis (tisis), y la Sífilis, porque existiendo el peligro de que la madre trasmita por la lactancia estas enfermedades, debe evitarse en estos casos que las señoras amamanten á sus niños. En cuanto á la mala conformación de los mamelones (pezones) ó las grietas así como la anemia y debilidad, no son verdaderas dificultades, supuesto que el tira-leche forma un buen mamelón, y los médicos saben combatir las grietas, la anemia, y la debilidad. Las dificultades morales son el resultado de la ignorancia ó de la vanidad más censurable. Hay madres que se niegan á criar á sus hijos, porque su belleza plástica no se altere; otras hay que no pueden prescindir de los paseos, terbulias etc., y encuentran más cuerdo dejar al niño en casa, y al eco de los aplausos que sus habilidades artísticas ó su hermosura les conquistan, olvidan el triste gemido de su hijito que al llamarlas ma. ... má sólo encuentra el rostro adusto ó las burdas manos de la nodriza cuyas miradas no tienen la dulzura de las de una madre; cuya sonrisa es forzada, y cuyo beso no imitará jamás la armonía deliciosa ni el fuego santo del beso maternal! Hay por desgracia otro grupo de malas madres que se sienten satisfechas cuando al hacer sus confidencias á una amiga le dicen en el colmo del orgullo: “me quiere tanto ese que no me deja criar á los niños; dice que gracias á Dios tenemos con que pagar una nodriza, y que no quiere que yo me desvele ni me moleste por nada.”

No os parece, lectoras mías, que aun cuando ese quiera ser mal padre, la madre debería decirle: “á tu hijo y á mí ámanos con más talento. ...?” No es verdad que la ostentación del cariño de ese vale menos que la aureola de pureza y santidad que rodea á la madre cuando tierna acaricia á su inocente hijo y lo aduerme sobre su seno? Ni en las miradas que enciende el deseo, ni en los aplausos de los que admiran sus talentos y belleza, podrá jamás encontrar la madre el poema de ternura que sin duda encuentra en la sonrisa del fruto de sus amores. ¡Con qué legítimo orgullo podrá la madre mostrar su rostro rugado pero radiante de dicha al lado de las juveniles y rientes fisonomías de sus hijos que ella amamantó! Esta es la verdadera grandeza de la mujer en el hogar; y si después llega á educar cristiana y sabiamente á sus hijos, con cuánta justicia podrá exclamar al mostrarlos: he aquí mis timbres de gloria!”

Voy á señalaros otro orden de dificultades materiales que las mujeres de la clase pobre de nuestra sociedad encuentran muy á menudo para amamantar á sus niños. Prestadme por un momento vuestra atención, y quizá después que reflexionéis algo acerca de mi imperfecta plática, entre vuestros párpados de rosa asome una lágrima y de vuestro pecho se es-

cape un suspiro de conmiseración, que será como tierna plegaria elevada al cielo en favor de la obrera, de la pobre mujer que trabaja sin descanso para ganar un mezquino sustento.

Habréis observado como yo, que en la clase llamada ¿mfima existe entre otras una virtud digna de elogio: la mujer que por amor, capricho ó inexperiencia comete una falta, no la cubre con un crimen, Visitad esa casa en donde los niños expósitos encuentran pan y abrigo, y veréis como yo he visto, que la gran mayoría revelan pertenecer á otras clases que á la del pueblo. Preguntad á vuestros amigos y ellos os dirán que en las estadísticas de infanticidio pocas son las víc= timas que pertenecieron á la clase pobre.

Habrá quien objete à esto que la mujer del pueblo no teme á la sociedad como sucede á la que pertenece á las clases media y aristócrata; pero á quien tal dijese, podríamos contestarle sencillamente: Si la mujer del pueblo no teme á la sociedad, en cambio su rudeza y la ignorancia de los deberes que la conciencia y la moralidad le imponen, harían disculpable el que abandonara á su hijo; pero la que por su ilustración ha adquirido mayor delicadeza en el sentimiento ¿cómo podrá encontrar disculpa en un hecho tan repugnante? En la mujer que por temor al anatema social mancha su conciencia con un crimen, yo encuentro una cobardía asquerosa; en la mujer del pueblo que reporta las consecuencias de su falta, y por no convertirse en asesino de su hijo resiste el hambre y afronta la miseria, encuentro un heroísmo digno de ser cantado por liras celestiales.

Consideremos por un momento uno de los hechos que presenciamos todos los días; una obrera: la infeliz toca ya al término de su embarazo; nadie la proteje, y va por las calles en las primeras horas de la mañana sosteniéndose en pie por un milagro de equilibrio; llega al taller y allí olvidando ó sobreponiéndose á sus molestias desempeña su tarea, se alimenta mal y regresa á su casa fatigada y con un escaso jornal que le costó grandes afanes. Así pasa los días; pero llega el momento en que da á luz á su hijo para quien sólo tiene harapos y una leche escasa y de mala calidad. ¡Pobre mujer! carece de protección, pero le afecta más la carencia de alimentos para los individuos de su familia á quien tal vez sostenía con el exiguo producto de su trabajo. ...! Qué horrible martirio! Mas no es esto lo peor; á penas convalesciente abandona su miserable lecho, y con su hijo en los brazos va de taller en taller solicitando ocupación, la que se le niega porque el chiquitín no la dejará trabajar y con su llanto molestaría á las demás obreras. A qué recurso apelará esta desdichada? En este caso, algunas no queriendo abandonar á sus hijos por completo, buscan entre sus amigas una que se encargue de criarlos y ella se coloca de nodriza, única ocupación que es mejor retribuida. Será esta mujer una buena nodriza? Ciertamente que no, supuesto que la angustia porque dejó á su hijo y la presión moral que sufre todo el que está obligado á hacer lo que no le agrada, la tienen inquieta, displicente, poco cuidadosa con el niño ajeno á quien tiene que darle el alimento que pertenece á su hijo. Es esta una, mala madre? ¿es censurable la que sin protección se encuen

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tra ante este dilema: abandonar temporalmente á su hijo ó perecer de hambre? ¡Pobres madres!

La pluma ha corrido, lectoras mías, é inconscientemente me he apartado de mi programa; pero para contentaros, haré un esfuerzo é imitando lo que se hace con los instrumen-* tos de música, obligaré mi plática á higiene; vais á verlo.

La Higiene cuida entre otras cosas de la mejor manera para conservar la especie humana; ¿no es cierto? La clase obrera por la razón que he procurado bosquejar y por otras muchas de que no me atrevería á hacer el boceto, arroja un contingente muy considerable en las estadísticas de esterilidad, consecutiva á enfermedades de la cintura, y de la mortalidad en los niños pequeños; ¿concedéis? luego os he hablado en nombre de la Higiene; y también en su nombre os hablaré de un medio que hay para que la obrera pueda conciliar el cuidado de su hijo recién nacido y la asistencia al taller en donde gana un pan cuotidiano.

Existen en Europa sociedades protectoras de la infancia que se encargan de llevar á domicilio recursos para las obreras que por estar en la convalescencia de su alumbramiento no pueden trabajar, y estos auxilios son impartidos sin distinción de religiones ni estado civil. Existe también la costumbre en algunos dueños de talleres, de continuar pagándoles á las obreras su jornal hasta que el médico declara que están en condiciones de volver al obrador. También en Europa hay establecimientos en donde se reciben á los niños desde los pocos días de nacidos hasta la época del destete, y allí son cuidados durante el día y alimentados por nodrizas, dejando así á las madres obreras el tiempo libre para trabajar, y sin privarlas en la noche de las caricias y compañía de sus hijos. Algunos de estos establecimientos son grabuitos, sostenidos por asociaciones piadosas ó por el Municipio; en otros exigen una pequeñísima retribución que las obreras pueden satisfacer. Algunos industriales ricos han creado en el interior de sus fábricas ó talleres, un departamento especial en donde la obrera deja á su hijo al cuidado de mujeres pagadas con este objeto y la madre puede cada dos ó tres horas ir en busca de su niño para alimentarlo. De esta manera la obrera trabaja tranquila y no desatiende los principales deberes de una madre.—MADRESELVA. (Continuará).

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