Año 1, Tomo 1, Número 9

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EDUCACIÓN DOMÉSTICA

Todos los modernos pensadores convienen en que la prosperidad social, y la felicidad individual y colectiva de la gran familia á que pertenecemos, dependen de la educación de la mujer.

En efecto,siendo ella la legisladora de la familia, importa mucho educarla convenientemente para que, cuando reine en el hogar, su imperio sea dulce, pero sólido, seguro, irresistible.

Si todas las madres tuvieran presente que sus hijas también desempeñarán algún día el mismo sublime papel, les enseñarían á fondo todas las importantes obligaciones que tienen que llenar como madres, como amas de casa, como educadoras de sus bijas.

Es muy común atender de preferencia á la adquisición de conocimientos que más tarde han de arrancar aplausos y halagar la vanidad de las jóvenes, inspirándoles desde muy temprano el deseo de lucir y rivalizar con sus compañeras; y ver con culpable indiferencia el cultivo de sólidas virtudes que han de asegurar un día su reinado en el hogar. ¡Qué injusticia la nuestra! ¡Damos á nuestras hijas una educación frívola é insustancial, y nos desesperamos luego al verlas desgraciadas! Queremos que el perfume de las virtudes y de la felicidad sature siempre su existencia, cuando hemos descuidado poner en su corazón la semilla que debe producir tan apetecidos frutos.

Si las hacemos exigentes, caprichosas, egoístas, ¿cómo queremos verlas dulces, dóciles y tiernas?.... Pero.....

¿es esto cierto? ¡Una madre puede inculcar en el corazón de su hija mezquinas pasiones que harán su desventura!...

Desgraciadamente cuando la mujer no está bien educada se convierte en un positivo mal para sus hijos, y tanto más temible cuanto que las virtudes ó defectos de la madre se reflejan en los seres que sienten la influencia de su. ejemplo. Este tiene más poder en las hijas, ya por la afinidad de organimos, ya por la comunidad de ideas, ya en fin, por el supremo ascendiente del amor materno.

De aquí resulta que una mujer que no sabe todas esas pequeñas é indispensables virtudes domésticas, que son las columnas del templo de la familia, hará madres como ella, que por negligencia para instruirse en sus dulces, y delicados deberes, convierta su hogar en ruinas, dentro las cuales se levantarán terribles la discordia, el desencanto, la desgracia, y tal vez el odio.

Muchos genios superiores han tratado con verdadero acierto el importante asunto de la educación de la mujer, y aunque nada nuevo tengamos que decir sobre cuestión tan estudiada, nos proponemos sin embargo, coleccionar algunas ideas, no para presentar un ideal irrealizable, sino para generalizar algunos principios de práctica aplicación en la familia.

No podemos ofrecer á nuestras lectoras un rico caudal de consejos atesorado por la experiencia, ni podemos decirles que nuestras observaciones son el resultado del profundo estudio que hayamos hecho de la vida doméstica; pero sí podemos asegurarles que, la profunda simpatía que sentimos por todas las madres nos ha inspirado la idea de ofrecerles este pequeño trabajo, que no tiene las pretensiones de un plan perfecto de educación, y que ha sido dictado por el sincero deseo de ayudar en algo en sus tareás al ángel de ternura, de abnegación y de amor que guía nuestros pasos en el mundo.

Mateana Murguía de Aveleyra. (Continuará).

REGLAS HIGIÉNICAS. (TRADUCIDAS DEL FRANCÉS)

I

Usad con moderación de las cosas de la vida, evitando en todo caso los excesos, porque ellos son contrarios á la salud.

II

No cambiéis súbitamente de aquello á lo cual estáis acostumbrado, porque siendo el hábito una segunda naturaleza, se la debe respetar; y como la naturaleza jamás procede bruscamente, es necesario imitarla.

III

La paz del corazón y la tranquilidad del espíritu, son los mejores amigos de la salud; las pasiones tristes y violentas son sus enemigos.

Los accesos de cólera, celos, odio, etc., etc., conmueven todo el edificio humano, y repercutiéndose en el corazón, precipitan sus latidos. Por el contrario, la melancolía y

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los sentimientos de tristeza, interrumpen los movimientos circulatorios; lo cual debilita el estado físico moral. Es pues, necesario combatir á todo trance todos estos sentimientos desde su aparición, con las armas de la filosofía y con toda la energía de la voluntad,

IV

El aire puro y vital, es una de las condiciones indispensables de salud y de longevidad. El aire de los dormitorios y demás aposentos cerrados ó demasiado calientes en Invierno, se necesita renovarlo con frecuencia, sobre todo, cuando una reunión numerosa ha pasado en ellos la noche; porque habiéndose consumido en parte el oxígeno, por la luz y la respiración de las personas, este aire se hace insalubre.

V

Escoged buenos alimentos, especialmente aquellos que se digieren y se asimilan con facilidad, y cuyos residuos se eliminan sin gases ni esfuerzos.

VI

Las cantidades alimenticias deben estar siempre en relación con las fuerzas digestivas, con los ejercicios físicos y las pérdidas que sufre el cuerpo sin cesar. La persona que gasta mucho en trabajos corporales, debe necesariamente consumir mucho más que la que lleva una vida sedentaria ó que trabaja poco.

En una palabra, la reparación alimenticia debe estar siempre en relación con las pérdidas del cuerpo: comer mucho ó demasiado poco es igualmente perjudicial.

VII

La medicina en el orden terapéutico, como en el patológico, es igualmente útil en caso dado; sin embargo, es preciso no abusar de ella. Las personas que por una ligera enfermedad ó un desarreglo cualquiera, ocurren al médico y tocan este recurso con insistencia innecesaria, se puede pronosticar que nunca gozarán de salud cabal.

REMITIDO

Publicamos con gusto el siguiente artículo con que nos favorece de Metztitlán, una Señorita adicta á la literatura.

INSTRUCCION FEMENIL.

Numerosas personas sostienen que el estudio, lejos de mejorar la condición de la mujer, la hace adquirir nuevos defectos. Confieso que en parte tienen razón; pero esto, no es debido á la instrucción que la mujer recibe; sino á la manera de impartírsela.

Si la máquina de vapor de un ferrocarril es conducida por un ignorante, y se sale de la vía, causando quizá terribles desastres en los pasajeros, ¿Culparemos por esto al vapor, y calificándolo de temible rehusaremos emplearlo en las artes mecánicas justificando así la impericia del maquinista, ó buscaremos hombres aptos que lo conviertan en un poderoso y útil agente del progreso? Optaremos lo

segundo, porque lo primero sería una incalificable necedad. ¿Pues por qué lejos de combatir la ilustración de la mujer, no se procura que encuentre en ella un arma que le ayude á modificar sus defectos en vez de aumentárselos?

Si se quiere que el hombre sea recto, pundonoroso y amante de su patria y de su familia, se debe educar á la mujer; porque siendo ella, la que debe dirigir las primeras inclinaciones del niño, si no las encamina al bien, inútiles serán cuantos esfuerzos se hagan después para cambiarlas.

Plutarco dice que: “si Licurgoes el único de todos los legisladores que ha tenido la gloria de fundar una república, en la cual, la virtud reinó durante quinientos años, fué porque grabó en cera, las sabias costumbres en la infancia,” y tiene razón en creerlo así; porque las impresiones que en esta edad se reciben, difícilmente se borran como lo atestiguan los heroicos esfuerzos que hizo Pedro el Grande, para corregirse del miedo terrible que tenía al agua, originado de que en sus primeros años se había caído en ella.

Analizando las ideas, preocupaciones, costumbres é historia de las naciones antiguas y modernas, no se puede menos de advertir la poderosa influencia que la mujer ejerce en el sexo fuerte. En las varias y accidentadas circunstancias de la vida social, ella ha marcado siempre el poder ó la degradaeión de los pueblos.

Xenócrita se presentó en Canas delante de sus compatriotas con la faz descubierta y se cubrió en presencia del opresor de su patria, diciendo que '“en realidad éste era el único hombre que veía, porque los que envilecidos soportaban la tiranía, eran indignos de llevar el nombre.”

A estas palabras, los habitantes de Canas recobran el honor y sacuden el yugo ominoso que los oprimía.

Elena, con su maravillosa y fatal hermosura causó el aniquilamiento de un poderoso imperio asiático, alcanzando una triste celebridad. Las lacedemonias, alabando ó satirizando en sus canciones á los jóvenes, reanimaban en ellos el amor á la virtud; pero después, con sus impúdicos ejercicios, los precipitaron en el libertinaje y la corrupción.

Los sabinos, empuñando las armas que la venganza había puesto en sus manos, presentan batalla á los roma- nos: las romanas, llenas de dolor y desesperación se arrojan entre los dos ejércitos con sus tiernos hijos en los brazos exclamando: ¡Crueles! ¿qué vais á hacer? estos son nuestros esposos: aquellos nuestros padres y hermanos! Las armas caen y aquellos guerreros deponiendo sus odios, se estrechan en fraternal abrazo.

A la voz de Veturia, Coriolano abandona los muros de Roma que estaba pronto á destruir: pero en la época de los emperadores, y cuando Roma se encaminaba á la decadencia, las romanas, demostrando que la crueldad nace en medio de los deleites, aumentaron las desdichas de su patria con sus infamias, disoluciones é intrigas.

Una joven aldeana con su valor y energía, salva á los franceses de la opresión de Inglaterra.

Catalina de Médicis llenó de luto y desolación á la Francia; y por último, sólo una mujer, comprende el sublime pensamiento de Colón y le ayuda á realizarlo.

Como se vé por estos ejemplos el influjo que el sexo débil tiene sobre el fuerte puede ser la base de la virtud ó el pedestal del crimen, y he aquí, por qué la mujer debe instruirse; pues mal podrá ser buena esposa y excelente ma-

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dr e la que no haya estudiado la gravedad de sus deberes, la altura de su misión y la terrible responsabilidad que tiene ante la familia y la sociedad. Mas para atender á la educación de la mujer, bastará con que desde la más tierna infancia se le haga ingresar á los colegios? ¿Acaso por el solo hecho de que la mujer posea ciertos conocimientos y cierto grado de ilustración, ya está libre de la seducción, de ese temible enemigo del sexo débil? La vida práctica y la historia demuestran lo contrario, y ambas nos presentan á las pasiones dominando en todas las clases sociales, sin exceptuar á las personas de notoria instrucción, quienes en no pocos casos sienten más su tiranía. Preciso es convencerse en vista de esto, de que si la ignorancia y la necesidad prestan gran contingente al vicio, también los principios fijos y la debilidad de creencias son las que hacen olvidar los más sagrados deberes á todas esas infortunadas mujeres que á cada paso nos presenta la civilización moderna, hundidas en el cieno de la prostitución.

Necesario es prescindir de esa educación que reciben las jóvenes en algunos colegios, que sólo contribuye á fomentar la vanidad de la mujer, proporcionándole ideas que más tarde la llevan á creerse sabia porque habla más ó menos bien el inglés y francés, toca medianamente algún instrumento, dirige el lápiz sobre el papel satinado, tiene algunas nociones de historia y geografía y sabe de memoria algunas fórmulas sociales; y creyéndose con esto rica de sabiduría y dando por terminada su educación, rehusa inspeccionar los trabajos de sus criados; conceptúa iudecoroso de su ilustración confeccionar sus trajes y vestir con sencillez y se ocupa únicamente de mil bagatelas y frivolidades. Esta falsa y decantada ilustración, es la que proporciona á la mujer un amor propio sin límites, un orgullo insoportable, una extremada fatuidad y una odiosa altivez. Esta es la llamada instrucción que posee esa multitud de frívolas jovencitas que encontramos á cada paso en la sociedad, donde se hacen notar, por lo que nombran despejo, vivacidad é ingenio y que yo llamaré, desenvoltura y pedantería, por no darle otro nombre. Austeras en su moral y voluptuosas en su conducta, hablan constantemente de virtud, al paso que anhelan el placer: no buscan en el matrimonio más que los deleites del lujo y del amor, desechando los deberes de la: maternidad: elogian á la humildad, y se sonrojan de saludar en presencia de otros á algunas de sus amigas, cuya fortuna no es igual á la suya: el deseo de captarse la admiración dle todos, las hace ser inconstantes y sin principios fijos. Sin piedad, sin religión, sin moralidad, sin plan y sin principios, concluyen por causar la desgracia de su esposo, si algún desgraciado cautivado por su hermosura física ó por su aparente y superficial ilustración, les ofrece su corazón y su mano.

El único recurso que hay (en mi humilde opinión) para evitar ese cámulo de males que redundan forzosamente en perjuicio de la sociedad, prescindiendo de toda preocupación, es no formar bachilleras y séres inútiles para todo lo que no sea cubrirse de afeites, lazos y perfumes, sino impartir á la mujer una sólida enseñanza sobre bases religiosas, de las que no se puede prescindir, sin acabar con la sociedad. No basta la ley civil para evitar el vicio; es necesario un temor superior, una esperanza más sublime y menos flexible. La ley civil anatematiza por ejemplo, el adulterio, pero sólo desde que este crimen se presenta ante

ella; esto es, desde que es un hecho y se manifiesta al ex. terior; mas la virtud y la religión lo condenan desde que la imaginación lo concibe permitiéndolo la voluntad.

Necesario es que las madres, convirtiéndose en amorosas maestras, guíen siempre los primeros pasos de sus hijas hacia la instrucción, y que sólo hasta que en el infantil corazón de la mujer estén profundamente grabadas las ideas de virtud, religión, amor filial, modestia, laboriosidad y demás sentimientos que la trasforman en un sér amable y privilegiado, le toque su vez á los maestros, que hallando el terreno bien preparado, encontrarán discípulas inmejorables, dóciles y atentas á sus explicaciones.

Lo primero que se debe inculcar á una niña es el amor á la virtud, á la religión y á la fe: esta, es el único y más seguro refugio que nos queda en la adversidad, y el pedestal inmutable de todas las virtudes.

Un corazón sin fe, es un erial, un árido desierto, un campo estéril é infecundo, ajeno á todo cultivo y que no ofrece ni rosas aromáticas, ni frutos deliciosos.

¡Cuántas veces en los pesares de mi vida, en que mis ilusiones se han trocado en la más espantosa realidad, dejando en mi pecho un vacío terrible y desconsolador, he encontrado un suave lenitivo en los sentimientos de fe que mi buena madre y mis sabias profesoras grabaron en mi corazón!

La franqueza, la dulzura, la inocencia y el pudor, conservan la virtud; los vicios por el contrario, la alejan. Para conservar en nuestra alma tan preciada joya, se debe sacrificar sin vacilación alguna las exigencias de la vida material. La laboriosidad, es la segunda base de la edu— cación femenil, haciendo que la mujer adquiera en el amor al trabajo, una segunda naturaleza. Desde que la mujer se halla en las albores de la vida, se la-debe acostumbrar á levantarse con la aurora, haciendo que ayude en mayor ó menor escala según su edad, al aseo de la casa y el suyo propio, de manera que á la bora del desayuno, se halle vestida, limpia y peinada, y tenga aprendida alguna de sus lecciones. Siempre se le debe instruir con preferencia en todos log conocimientos necesarios al hábil gobierno de una casa, y lespués, desarrollar su inteligencia, para presentarla en la sociedad rica de adornos morales, más bellos, útiles y preferibles que los chales, gasas y blondas.

Una joven debe aprender forzosamente toda clase de trabajo doméstico: á distribuir el tiempo para sí y para sus criadas: á llevar la cuenta del gasto diario y á no desear nada más de lo justo, ni á envidiar el lujo y posición de las demás.

Necesario es que desprecie por vanos, ridículos, anti-estéticos y anti-higiénicos, todos esos caprichos de la moda que nos vienen del extranjero y por cuya adquisición, doloroso es confesarlo, sacrifican multitud de mujeres la paz de su hogar y el patrimonio de sus hijos.

¡Cuán pocas son las damas que dejan un periódico de modas para sucribirse á otro de ciencias y literatura! En cambio á muchas he visto enrojecerse de vergiienza cuando no van vestidas á la dernière.

Ojalá que todas las mujeres adquiriesen una profesión, arte ú oficio conforme á su inteligencia, aptitud y fortuna, para que le sirviese de escudo contra la miseria en todas las eventualidades de la vida, cuidando de que esto no sirva únicamente para halagar su vanidad, sino para pro

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porcionarles las dulces satisfacciones que produce el trabajo. Pero qué idea tan triste y deseconsoladora dan de su carácter esas presuntuosas jovencitas á quienes he oido exclamar: “¿Recibirnos de profesoras? ¡Imposible! Eso se ha ordinariado tanto, que hasta las hijas de porteras y planchadoras reciben este título.”

¡Como si esas pobres criaturas que carecen de bienes de - fortuna y por lo cual son dignas de compasión, llevasen el sello de la infamia en su frente envuelta entre las negras gasas del dolor!

Queridísimas lectoras, me despido de vosotras rogán— doos que no rechacéis el adelanto porque el pueblo pueda obtenerlo también: bastante he abusado de vuestra atención y bondad. Terminaré ya mi fastidioso artículo, esperando me perdonéis lo incorrecto de él, en vista de que me impulsó á escribirlo el inmenso deseo y profundo interés que abrigo en mi corazón porque la mujer ocupe el elevado puesto que el Progreso le señala,

ELISA.

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