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De las tres maneras de lactancia, la materna es sin duda
alguna la que debe preferirse y la que llena todas las condi-
ciones que exige la frágil salud del recién nacido,

¡Qué elocuente lección de la naturaleza que prepara al ni-
ño su alimento más apropiado aun antes de que salga al
mundo! mas á pesar de todo, muchas madres hay que no
crían á sus hijos, ya por dificultades materiales, ya por difi-
cultades morales. Como dificultades materiales verdaderas,
existen la falta de secreción láctea, la Tuberculosis (tisis), y
la Sífilis, porque existiendo el peligro de que la madre tras-
mita por la lactancia estas enfermedades, debe evitarse en
estos casos que las señoras amamanten á sus niños. En cuan-
to á la mala conformación de los mamelones (pezones) ó las
grietas así como la anemia y debilidad, no son verdaderas
dificultades, supuesto que el tira-leche forma un buen ma-
melón, y los médicos saben combatir las grietas, la anemia,
y la debilidad. Las dificultades morales son el resultado de
la ignorancia ó de la vanidad más censurable. Hay madres
que se niegan á criar á sus hijos, porque su belleza plástica
no se altere; otras hay que no pueden prescindir de los pa-
seos, terbulias etc., y encuentran más cuerdo dejar al niño en
casa, y al eco de los aplausos que sus habilidades artísticas
ó su hermosura les conquistan, olvidan el triste gemido de su
hijito que al llamarlas ma. ... má sólo encuentra el rostro
adusto ó las burdas manos de la nodriza cuyas miradas no
tienen la dulzura de las de una madre; cuya sonrisa es for-
zada, y cuyo beso no imitará jamás la armonía deliciosa ni
el fuego santo del beso maternal! Hay por desgracia otro
grupo de malas madres que se sienten satisfechas cuando al
hacer sus confidencias á una amiga le dicen en el colmo del
orgullo: “me quiere tanto ese que no me deja criar á los ni-
ños; dice que gracias á Dios tenemos con que pagar una no-
driza, y que no quiere que yo me desvele ni me moleste por
nada.”

No os parece, lectoras mías, que aun cuando ese quiera ser
mal padre, la madre debería decirle: “á tu hijo y á mí áma-
nos con más talento. ...?” No es verdad que la ostentación
del cariño de ese vale menos que la aureola de pureza y san-
tidad que rodea á la madre cuando tierna acaricia á su ino-
cente hijo y lo aduerme sobre su seno? Ni en las miradas
que enciende el deseo, ni en los aplausos de los que admiran
sus talentos y belleza, podrá jamás encontrar la madre el
poema de ternura que sin duda encuentra en la sonrisa del
fruto de sus amores. ¡Con qué legítimo orgullo podrá la ma-
dre mostrar su rostro rugado pero radiante de dicha al lado
de las juveniles y rientes fisonomías de sus hijos que ella ama-
mantó! Esta es la verdadera grandeza de la mujer en el ho-
gar; y si después llega á educar cristiana y sabiamente á sus
hijos, con cuánta justicia podrá exclamar al mostrarlos: he
aquí mis timbres de gloria!”

Voy á señalaros otro orden de dificultades materiales que
las mujeres de la clase pobre de nuestra sociedad encuentran
muy á menudo para amamantar á sus niños. Prestadme por
un momento vuestra atención, y quizá después que reflexio-
néis algo acerca de mi imperfecta plática, entre vuestros pár-
pados de rosa asome una lágrima y de vuestro pecho se es-

cape un suspiro de conmiseración, que será como tierna
plegaria elevada al cielo en favor de la obrera, de la pobre
mujer que trabaja sin descanso para ganar un mezquino sus-
tento.

Habréis observado como yo, que en la clase llamada ¿m-
fima existe entre otras una virtud digna de elogio: la mujer
que por amor, capricho ó inexperiencia comete una falta, no
la cubre con un crimen, Visitad esa casa en donde los niños
expósitos encuentran pan y abrigo, y veréis como yo he vis-
to, que la gran mayoría revelan pertenecer á otras clases que
á la del pueblo. Preguntad á vuestros amigos y ellos os di-
rán que en las estadísticas de infanticidio pocas son las víc=
timas que pertenecieron á la clase pobre.

Habrá quien objete à esto que la mujer del pueblo no te-
me á la sociedad como sucede á la que pertenece á las clases
media y aristócrata; pero á quien tal dijese, podríamos contes-
tarle sencillamente: Si la mujer del pueblo no teme á la so-
ciedad, en cambio su rudeza y la ignorancia de los deberes
que la conciencia y la moralidad le imponen, harían discul-
pable el que abandonara á su hijo; pero la que por su ilus-
tración ha adquirido mayor delicadeza en el sentimiento ¿có-
mo podrá encontrar disculpa en un hecho tan repugnante?
En la mujer que por temor al anatema social mancha su con-
ciencia con un crimen, yo encuentro una cobardía asquerosa;
en la mujer del pueblo que reporta las consecuencias de su
falta, y por no convertirse en asesino de su hijo resiste el
hambre y afronta la miseria, encuentro un heroísmo digno
de ser cantado por liras celestiales.

Consideremos por un momento uno de los hechos que pre-
senciamos todos los días; una obrera: la infeliz toca ya al
término de su embarazo; nadie la proteje, y va por las calles
en las primeras horas de la mañana sosteniéndose en pie por
un milagro de equilibrio; llega al taller y allí olvidando ó
sobreponiéndose á sus molestias desempeña su tarea, se ali-
menta mal y regresa á su casa fatigada y con un escaso jor-
nal que le costó grandes afanes. Así pasa los días; pero lle-
ga el momento en que da á luz á su hijo para quien sólo
tiene harapos y una leche escasa y de mala calidad. ¡Pobre
mujer! carece de protección, pero le afecta más la carencia
de alimentos para los individuos de su familia á quien tal vez
sostenía con el exiguo producto de su trabajo. ...! Qué ho-
rrible martirio! Mas no es esto lo peor; á penas convalescien-
te abandona su miserable lecho, y con su hijo en los brazos
va de taller en taller solicitando ocupación, la que se le niega
porque el chiquitín no la dejará trabajar y con su llanto mo-
lestaría á las demás obreras. A qué recurso apelará esta
desdichada? En este caso, algunas no queriendo abandonar
á sus hijos por completo, buscan entre sus amigas una que
se encargue de criarlos y ella se coloca de nodriza, única ocu-
pación que es mejor retribuida. Será esta mujer una buena
nodriza? Ciertamente que no, supuesto que la angustia por-
que dejó á su hijo y la presión moral que sufre todo el que
está obligado á hacer lo que no le agrada, la tienen inquieta,
displicente, poco cuidadosa con el niño ajeno á quien tiene
que darle el alimento que pertenece á su hijo. Es esta una,
mala madre? ¿es censurable la que sin protección se encuen-

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