Nada más halagador para la tierna madre que recibir
de su hijo la angélica sonrisa con que responde á los aman-
tes besos; nada más bello que contemplar al niño hacien-
do sus primeros ensayos para tomar entre sus manecitas
delicadas como lirio sonrosado el juguetillo qñe se le pre-
senta, y leer en sus ojos los primeros destellos de su inte-
ligencia que se manifiesta, ya por graciosos mohines, ya
con muestras de desagrado por alguna contrariedad. Es-
te desarrollo lento y gradual sólo se efectúa en buenas
condiciones cuando el bebé goza de perfecta salud.
Uno de los elementos principales con que todos conta-
mos para reparar el gasto de nuestros órganos es la ali-
mentación. En los órganos y tejidos del niño, no sólo se
efectúa un trabajo de conservación y reparación, sino
que además tiene el organismo que crear en mayor can-
tidad los elementos necesarios para el crecimiento de to-
das sus partes. Por esta razón es de tan alta importan-
cia la propiedad en la alimentación del niño, pues ella
constituye, por decirlo así, los cimientos de ese edificio
molecular que más tarde, cuando esté en pleno desarrollo,
podrá resistir á los impetuosos huracanes de la vida, ó se
derrumbará al menor soplo acusando á los que no supie-
ron resguardarlo. ;
¿Qué madre vé con indiferencia la alimentación de su
hijo? y sin embargo, con la más sana intención acercan
muchas veces á los labios del niño sustancias nocivas, cre-
yendo que cumplen con el deber de alimentarlo. Fijémo-
nos por un momento en lo que acontece todos los días, y
sin exagerar los hechos, fácil me será demostraros que ino-
centemente las familias preparan á sus niños de tal modo
que más tarde son unos entes enfermizos é ineptos para
trabajos tanto materiales como del orden intelectual.
Nace el niño, y después de las primeras inspiraciones
que ponen en plena actividad sus órganos respiratorios,
se escucha que en la garganta y el pecho hay una acumu-
lación de mucosidades que impiden el libre acceso del ai-
re á los pulmones. Inmediatamente que se observa esta
dificultad, la mamá grande (que es en general la que to-
ma la voz de mando en los casos de alumbramiento, es-
cudada en la autoridad que le da la experiencia) á pesar
de la superioridad que en ese momento debe tener la per-
sona que asiste á la enferma, protesta y manda preparar
la consabida agua de orégano para darla al niño por me-
dio de la muñequilla y de esta manera cortar las flemas
que amenazan ahogar al recién nacido. Hay aquí un pri-
mer punto que es necesario declarar suficientemente para
evitar falsas deducciones: creen muchas personas que las
flemas están exclusivamente en el estómago y que por eso
es necesario propinar el cocimiento de orégano que obran-
do en el niño como vomi-purgante, lo librará de esa mo-
lestia. Es verdad que en el estómago existen, en las pri-
meras horas que siguen al nacimiento, algunas mucosida-
des, pero estas en nada molestan al niño; su destino es
deslizarse á los intestinos de donde serán expulsadas al
poco tiempo. Las flemas se producen en los bronquios:
son el resultado de la actividad pulmonar que no había
sido puesta en juego sino hasta el momento en que el nue-
vo ser abandona el claustro materno, para vivir con vida
propia; así pues, el agua de orégano carece de esa eficacia
que se le atribuye, supuesto que va al estómago y no pue-
de cortar lo que existe en las vías respiratorias. Pasadas
algunas horas las flemas tendrán que abandonar la larin-
ge, con sólo favorecer su expulsión colocando al niño en
posición conveniente (acostado sobre un lado) para que
sea fácil la salida de las mucosidades por la boca. Ningu-
na utilidad tiene el orégano, y en cambio se introducen
con él principios irritantes que predisponen á los cólicos
y mala digestión.
Permitidme, lectoras, que os dé un consejo: sed dóciles
á las indicaciones de la persona que se encargue de prodi-
garos cuidados, cuando vayáis á ser madres; pensad que el
arte de los partos ha abandonado la senda del empirismo
para seguir la ruta que la ciencia traza, y no confiéis en
la experiencia de vuesta familia, porque esa experiencia,
ha sido conquistada antes de que la práctica de la Obste-
tricia estuviera encomendada á personas idóneas. Hoy la
Profesora en partos no es la Comadrona de otros tiempos
á quien le bastaba haber dado á luz un número conside-
rable de niños, para librarse á asistir enfermas; hoy esa
rama de las Ciencias Médicas, es cultivada por personas
entre las cuales se cuentan muchas dignas de considera-
ción por su saber y moralidad, y estas no pueden nunca
aconsejaros sino lo que la ciencia les haya enseñado para
bien vuestro y de vuestros hijos.
Continuemos examinando la manera más generalmente
adoptada entre las familias para alimentar al niño en los
primeros días de la vida.
Laa secreción láctea tarda habitualmente dos ó tres días
para establecerse, y durante este tiempo, no queriendo que
el niño esté sin alimento se le propina, siempre con la mu-
nequilla (que debería suprimirse porque no pocas veces
ha causado la sofocación de los niños, ó por lo menos el al-
godoncillo ), jarabe de achicoria, ó yema de huevo mezclada
con aceite de almendras. ¿Para qué introducir al estóma-
go sustancias medicamentosas de que no necesita el que
está en plena salud? Para qué fatigar ese órgano con ali-
mentos que no podrán ser digeridos, supuesto que en esa
época de la vida el estómago carece de principios que ha-
gan asimilable otra grasa que la contenida en la leche?
No me acuséis de inhumana; de ninguna manera quie-
ro aconsejaros que impasibles contempléis á vuestros ni-
ños manifestando la necesidad de alimento y que os ne-
guéis á proporcionarlo á esos seres, encanto de vuestra
vida. ¿Queréis purgar á vuestros hijos? la Naturaleza es
previsora como buena madre: en la secreción láctea se en-
cuentran principios que favorecerán el barrido (permitid -
me la frase) del intestino, sin recurrir á la achicoria. ¿Que-
réis alimentarlos? dadles agua tibia con azúcar de leche:
en esa sustancia les daréis un alimento apropiado á sus
necesidades sin exponerlos á las indigestiones que puede
producir el huevo con aceite.
Concluiré esta ligera é imperfecta plática, recomendán-
doos que no os acerquéis al seno á vuestros niños antes
de las primeras veinticuatro horas. Hay casos en que se-
rá necesario apartarse de esta regla, hoy generalmente
adoptada por los higienistas; pero estas excepciones toca
al médico señalarlas y no á la madre. Si tenéis necesidad
de que el niño dé al seno la forma adecuada, podéis hacer