| page_0002Hoy el cuadro ha cambiado por completo, cual si el
pincel de un Rembrand hubiese estampado sobre él los
tonos enérgicos de su colorido alegre y expresivo; en él
todo es nuevo y provechoso; maestros y libros, personal
y sistema: el instructor de antaño ha sido remplazado
por el profesor y el catedrático modernos, viniendo á for-
mar un cuerpo ilustre y respetable, en el cual descuellan
verdaderas entidades científicas, tanto masculinas como
femeninas, que consagradas al noble sacerdocio de culti-
var la inteligencia humana, difundiendo la luz del saber
sobre las brumas de la ignorancia, han sido las estrellas
de una aurora que pronto se convertirá en el espléndido
día de una cultura general y firme. A la vez, los diversos
métodos de enseñanza adoptados en el país, son los que la
experiencia producida por la práctica, ha establecido co-
mo mejores y más útiles en las más adelantadas ciudades
de los Estados Unidos y de Europa, pudiendo decirse que
es este el ramo en que más hemos avanzado y que va en-
sanchándose con mayor rapidez, á medida que van cre-
ciendo y trasformándose con los primeros matices de la
educación, los instintos y las aspiraciones de las masas.
Que estas no se instruyan tan pronto como sería de de-
sear, depende de la obstinada resistencia que la apatía
opone al trabajo en las clases ínfimas, y de la abyección
que ha ido suprimiendo las necesidades menos apremiantes
de la vida, acabando por descuidar hasta las más urgen-
tes, con tal de no tomarse la pena de buscar los medios
para cubrirlas; á lo cual ayuda no poco la benignidad y
dulzura de nuestro clima, que es el más á propósito para
proteger la inercia y la desnudez, muy al contrario de los
climas europeos que con el rigor de sus invernales nieves
obligan al pobre á proporcionarse el abrigo de una rela-
tiva comodidad.
De manera que la cultura que otros pueblos han adqui.-
rido, obligados casi por la necesidad, el nuestro tiene que
adquirirla, impulsado únicamente por la educación, que es
la que debe despertar en él el estímulo y el aprecio de sí
mismo.
Las otras clases de nuestra sociedad, es decir, la media
y la aristocráica, retardan y perjudican el adelanto de
los niños por preocupaciones de familia unas veces, por
morosidad otras, y por un consentimiento exagerado las
más, sin fijarse la primera en que no hay capital más pro-
ductivo ni permanente que el que se lega con una honro-
sa carrera; sin comprender la segunda que por grande
que sea la riqueza que se posea, cualquier caudal está ex-
puesto á las eventualidades de la fortuna, y que el saber
subsiste siempre, porque sólo termina con la muerte.
Las madres en todas partes son la última expresión del
cariño y la ternura; pero podemos asegurar sin temor de
equivocarnos, que entre las mexicanas este sentimiento
es doblemente poderoso y dominador, por lo que no es ex-
traño que la severidad y la rectitud en la dirección de la
niñez, sean también más escasas que en otros países don-
de subsisten costumbres que, nosotras, las madres mexi.-
canas, no podríamos soportar, como es la de mandar á los
niños al campo durante la lactancia, entregándolos á ma-
nos mercenarias, y la de enviar á los jóvenes, ·ápenas en-
trados en la pubertad, á hacer un viaje de pura even-
tualidad y con el solo objeto de que aprendan á buscarse
por sí mismos los elementos necesarios á la subsistencia,
Esta última imposición nos parece benéfica y perfecta-
mente apropiada para comenzar á formar al hombre en el
momento de concluir su aprendizaje de niño; no así la
primera, que nos parece altamente desmoralizadora y per-
judicial, pues es contraria no sólo á las leyes del amor,
del deber y de la razón, sino á la naturaleza bruta, al ani-
mal mismo, que nunca se aparta de sus pequeñuelos
mientras se hallan en la infancia y no puedan sostenerse
por sí solos, á penas podemos concebir que exista tan re-
pugnante costumbre, entre las razas que por su origen
sajón, carecen de la exquisita sensibilidad peculiar á las
de origen latino; no admirándonos por lo mismo que sea
en Inglaterra donde más generalizada se halla esta ne-
gación fenomenal del más grande de los atributos del co-
razón de la mujer, á la que no podemos concebir que ceda
nunca una madre por satisfacer las exigencias del buen
tono, entregándose á su comodidad personal, y regalando
á la madre de alquiler, á la estúpida e indolente nodriza,
las primeras caricias, los primeros besos del hijo de su
amor, destinados por Dios y la naturaleza para ella,
No! nosotras lloramos amargamente cuando alguna im-
posibilidad física nos priva del grato placer de alimentar
á nuestros hijos, y muy al contrario de las madres mon-
tadas á la inglesa, sentimos la más augusta, la más santa
y dulce de las satisfacciones, al sacrificarles con la sangre
de nuestras venas el reposo de nuestro sueño. En cambio
incurrimos en el defecto, no del demasiado amor, porque
nunca puede ser excesivo el que á esos seres de nuestro
ser se consagra, sino del amor mal entendido, de la ce-
guedad del amor, que nos impide á veces ver con absolu-
ta claridad los defectos que debemos corregir y las cuali-
dades que debemos estimular ó inculcar, según hallemos
ó no el germen de ellas: en una palabra, con muy pocas y
notables excepciones, carecemos de tino y energía para
dirigir rectamente la educación de la familia; sabemos en
general crear hijos amorosos, pero no formar hombres
útiles á sí mismos y á la sociedad en que deben vivir.
Me diréis que de esto se encargan los maestros; y efec-
tivamente, habiendo como hay en la República, un núme-
ro considerable de escuelas, que sólo en el ramo de ins-
trucción primaria en 1875 ascendía á 8103, número que á
esta fecha, aunque ignoramos la cifra actual, debe haber
aumentado considerablemente, y á cuyo censo se añadían
ya en aquella época 54 colegios de instrucción preparato-
ria y profesional, agregándose últimamente en las listas
de los planteles de instrucción pública la Escuela Normal
y la de Párvulos recientemente fundadas; siendo como
son notorios los adelantos que se obtienen en dichos plan-
teles; estando como están perfectamente adecuados sus
sistemas á las edades y los alcances de los alumnos de
ambos sexos, desde la enseñanza de adultos que explica
lógica y racionalmente todas las elevadas materias del
arte y de la ciencia, hasta la de Párvulos, en la cual en
vez de sofocar, de marchitar, por decirlo así, la alegría y
la salud de la infancia, imponiéndole una quietud impo-
sible á su temperamento y perjudicial á su salud; en vez
de obligarle á aprender de memoria y sin entenderlos,
áridos y embrollados textos que aturden su cerebro y
ofuscan su inteligencia, se instruye al niño entre juegos
y cantos, dando toda la expansión necesaria á sus impul-
sos, que son los del ave y la flor: aleteos, trinos, sol y luz.
Efectivamente, repetimos, de formar la inteligencia de los
niños se encargan los maestros; pero nosotras tenemos
| page_0002Hoy el cuadro ha cambiado por completo, cual si el
pincel de un Rembrand hubiese estampado sobre él los
tonos enérgicos de su colorido alegre y expresivo; en él
todo es nuevo y provechoso; maestros y libros, personal
y sistema: el instructor de antaño ha sido remplazado
por el profesor y el catedrático modernos, viniendo á for-
mar un cuerpo ilustre y respetable, en el cual descuellan
verdaderas entidades científicas, tanto masculinas como
femeninas, que consagradas al noble sacerdocio de culti-
var la inteligencia humana, difundiendo la luz del saber
sobre las brumas de la ignorancia, han sido las estrellas
de una aurora que pronto se convertirá en el espléndido
día de una cultura general y firme. A la vez, los diversos
métodos de enseñanza adoptados en el país, son los que la
experiencia producida por la práctica, ha establecido co-
mo mejores y más útiles en las más adelantadas ciudades
de los Estados Unidos y de Europa, pudiendo decirse que
es este el ramo en que más hemos avanzado y que va en-
sanchándose con mayor rapidez, á medida que van cre-
ciendo y trasformándose con los primeros matices de la
educación, los instintos y las aspiraciones de las masas.
Que estas no se instruyan tan pronto como sería de de-
sear, depende de la obstinada resistencia que la apatía
opone al trabajo en las clases ínfimas, y de la abyección
que ha ido suprimiendo las necesidades menos apremiantes
de la vida, acabando por descuidar hasta las más urgen-
tes, con tal de no tomarse la pena de buscar los medios
para cubrirlas; á lo cual ayuda no poco la benignidad y
dulzura de nuestro clima, que es el más á propósito para
proteger la inercia y la desnudez, muy al contrario de los
climas europeos que con el rigor de sus invernales nieves
obligan al pobre á proporcionarse el abrigo de una rela-
tiva comodidad.
De manera que la cultura que otros pueblos han adqui.-
rido, obligados casi por la necesidad, el nuestro tiene que
adquirirla, impulsado únicamente por la educación, que es
la que debe despertar en él el estímulo y el aprecio de sí
mismo.
Las otras clases de nuestra sociedad, es decir, la media
y la aristocráica, retardan y perjudican el adelanto de
los niños por preocupaciones de familia unas veces, por
morosidad otras, y por un consentimiento exagerado las
más, sin fijarse la primera en que no hay capital más pro-
ductivo ni permanente que el que se lega con una honro-
sa carrera; sin comprender la segunda que por grande
que sea la riqueza que se posea, cualquier caudal está ex-
puesto á las eventualidades de la fortuna, y que el saber
subsiste siempre, porque sólo termina con la muerte.
Las madres en todas partes son la última expresión del
cariño y la ternura; pero podemos asegurar sin temor de
equivocarnos, que entre las mexicanas este sentimiento
es doblemente poderoso y dominador, por lo que no es ex-
traño que la severidad y la rectitud en la dirección de la
niñez, sean también más escasas que en otros países don-
de subsisten costumbres que, nosotras, las madres mexi.-
canas, no podríamos soportar, como es la de mandar á los
niños al campo durante la lactancia, entregándolos á ma-
nos mercenarias, y la de enviar á los jóvenes, ·ápenas en-
trados en la pubertad, á hacer un viaje de pura even-
tualidad y con el solo objeto de que aprendan á buscarse
por sí mismos los elementos necesarios á la subsistencia,
Esta última imposición nos parece benéfica y perfecta-
mente apropiada para comenzar á formar al hombre en el
momento de concluir su aprendizaje de niño; no así la
primera, que nos parece altamente desmoralizadora y per-
judicial, pues es contraria no sólo á las leyes del amor,
del deber y de la razón, sino á la naturaleza bruta, al ani-
mal mismo, que nunca se aparta de sus pequeñuelos
mientras se hallan en la infancia y no puedan sostenerse
por sí solos, á penas podemos concebir que exista tan re-
pugnante costumbre, entre las razas que por su origen
sajón, carecen de la exquisita sensibilidad peculiar á las
de origen latino; no admirándonos por lo mismo que sea
en Inglaterra donde más generalizada se halla esta ne-
gación fenomenal del más grande de los atributos del co-
razón de la mujer, á la que no podemos concebir que ceda
nunca una madre por satisfacer las exigencias del buen
tono, entregándose á su comodidad personal, y regalando
á la madre de alquiler, á la estúpida e indolente nodriza,
las primeras caricias, los primeros besos del hijo de su
amor, destinados por Dios y la naturaleza para ella,
No! nosotras lloramos amargamente cuando alguna im-
posibilidad física nos priva del grato placer de alimentar
á nuestros hijos, y muy al contrario de las madres mon-
tadas á la inglesa, sentimos la más augusta, la más santa
y dulce de las satisfacciones, al sacrificarles con la sangre
de nuestras venas el reposo de nuestro sueño. En cambio
incurrimos en el defecto, no del demasiado amor, porque
nunca puede ser excesivo el que á esos seres de nuestro
ser se consagra, sino del amor mal entendido, de la ce-
guedad del amor, que nos impide á veces ver con absolu-
ta claridad los defectos que debemos corregir y las cuali-
dades que debemos estimular ó inculcar, según hallemos
ó no el germen de ellas: en una palabra, con muy pocas y
notables excepciones, carecemos de tino y energía para
dirigir rectamente la educación de la familia; sabemos en
general crear hijos amorosos, pero no formar hombres
útiles á sí mismos y á la sociedad en que deben vivir.
Me diréis que de esto se encargan los maestros; y efec-
tivamente, habiendo como hay en la República, un núme-
ro considerable de escuelas, que sólo en el ramo de ins-
trucción primaria en 1875 ascendía á 8103, número que á
esta fecha, aunque ignoramos la cifra actual, debe haber
aumentado considerablemente, y á cuyo censo se añadían
ya en aquella época 54 colegios de instrucción preparato-
ria y profesional, agregándose últimamente en las listas
de los planteles de instrucción pública la Escuela Normal
y la de Párvulos recientemente fundadas; siendo como
son notorios los adelantos que se obtienen en dichos plan-
teles; estando como están perfectamente adecuados sus
sistemas á las edades y los alcances de los alumnos de
ambos sexos, desde la enseñanza de adultos que explica
lógica y racionalmente todas las elevadas materias del
arte y de la ciencia, hasta la de Párvulos, en la cual en
vez de sofocar, de marchitar, por decirlo así, la alegría y
la salud de la infancia, imponiéndole una quietud impo-
sible á su temperamento y perjudicial á su salud; en vez
de obligarle á aprender de memoria y sin entenderlos,
áridos y embrollados textos que aturden su cerebro y
ofuscan su inteligencia, se instruye al niño entre juegos
y cantos, dando toda la expansión necesaria á sus impul-
sos, que son los del ave y la flor: aleteos, trinos, sol y luz.
Efectivamente, repetimos, de formar la inteligencia de los
niños se encargan los maestros; pero nosotras tenemos
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