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que ayudarles apoyando en el ánimo de nuestros hijos
los principios que ellos fundan, sosteniendo la autoridad
que ellos representan, cuidando de la puntual asistencia
de los niños á sus clases, no permitiendo que pierdan ni
una sola de las horas que deben consagrar al estudio, si
no queremos que en su inocente abuso, nos exijan luego
días enteros, de ociosidad, que más tarde, redundando en
perjuicio suyo, vendrán á convertirse en años de atraso y
de ignorancia en el porvenir de su vida; y por último te-
nemos que formar, sobre todo, su parte moral, que es ex-
elusivamente nuestra, y sólo así cumpliremos con nuestro
cometido, haciéndoles comprender desde el primer mo-
mento la obligación del deber; haciéndoles contraer el há-
bito del estudio, sin que vaya á quebrantarle una torpe
condescendencia.

Las que tenemos la felicidad de ser madres, sabemos el
influjo poderosísimo que ejerce en nuestro corazón y en
nuestra voluntad, una carita de ángel que se entristece,
unos ojos que, azules ó negros, para nosotras de todos
modos reflejan el cielo, y que nos miran llorando, y unas
manecitas que nos acarician implorando la concesión de
un capricho; pero también sabemos que en aquellos mo-
mentos en que más vacila nuestro corazón, cuando debe-
mos sobreponernos á esa santa debilidad del amor mater-
nal, cuando debemos pensar que esas lágrimas de la niñez
son el rocío del alma, comparadas con las lágrimas de hiel
que la nulidad, la impotencia y la miseria la harán derra-
mar en la edad madura, si nosotras no la obligamos á
marchar por el camino que conduce al bienestar y la hon-
radez, por medio del trabajo y el estudio.

Nuestra misión no sólo es de amor; es también, y acaso
más, de abnegación y sacrificio; antes que la satisfacción
de nuestros sentimientos íntimos, debemos buscar el bien
de nuestros hijos, amoldando la educación del hogar á la
de la escuela, aliándonos al maestro, y entregándole sin
restricción la enseñanza intelectual, en tanto que por
nuestra parte cultivamos la del corazón y la moral, pues-
to que todavía no estamos á punto de desempeñarlas to-
das, cumpliendo el deseo de Sor Juana Inés de la Cruz de
que "ojalá hubiese mujeres doctas para que por sí mismas
educasen á sus hijos."

Ya que esto por el momento nos es imposible, y ya que
como hemos dicho antes, contamos con grandes elementos
de instrucción, no desperdiciemos sus beneficios, y haga-
mos de la generación venidera un modelo de ilustración y
de cultura; para ello no tenemos mas que hacer sino en-
viar á nuestros hijos á la escuela; no necesitamos mas que
dos cosas: voluntad y perseverancia.

Las madres lacedemonias decían á sus hijos al entre-
varles el escudo que debían llevar á la guerra: "vuelve
con él ó sobre él". Nosotras, que no deseamos ver brillar
sobre esas adoradas frentes el lauro de la sangre y la ma-
tanza, sino los de la inteligencia y el talento, debemos de-
cirles al entregarles los libros que deben servir para su
enseñanza: volved con ese caudal de conocimientos, ó reti-
rad de nuestro seno vuestras cabezas que hasta que no abdi-
quen el negro sello de la ignorancia, no recibirán el entusias-
ta, beso de nuestra aprobación."

LAUREANA WRIGHT DE KLEINHANS.

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