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Año 1, Tomo 1, Número 2

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que ayudarles apoyando en el ánimo de nuestros hijos los principios que ellos fundan, sosteniendo la autoridad que ellos representan, cuidando de la puntual asistencia de los niños á sus clases, no permitiendo que pierdan ni una sola de las horas que deben consagrar al estudio, si no queremos que en su inocente abuso, nos exijan luego días enteros, de ociosidad, que más tarde, redundando en perjuicio suyo, vendrán á convertirse en años de atraso y de ignorancia en el porvenir de su vida; y por último tenemos que formar, sobre todo, su parte moral, que es exelusivamente nuestra, y sólo así cumpliremos con nuestro cometido, haciéndoles comprender desde el primer momento la obligación del deber; haciéndoles contraer el hábito del estudio, sin que vaya á quebrantarle una torpe condescendencia.

Las que tenemos la felicidad de ser madres, sabemos el influjo poderosísimo que ejerce en nuestro corazón y en nuestra voluntad, una carita de ángel que se entristece, unos ojos que, azules ó negros, para nosotras de todos modos reflejan el cielo, y que nos miran llorando, y unas manecitas que nos acarician implorando la concesión de un capricho; pero también sabemos que en aquellos momentos en que más vacila nuestro corazón, cuando debemos sobreponernos á esa santa debilidad del amor maternal, cuando debemos pensar que esas lágrimas de la niñez son el rocío del alma, comparadas con las lágrimas de hiel que la nulidad, la impotencia y la miseria la harán derramar en la edad madura, si nosotras no la obligamos á marchar por el camino que conduce al bienestar y la honradez, por medio del trabajo y el estudio.

Nuestra misión no sólo es de amor; es también, y acaso más, de abnegación y sacrificio; antes que la satisfacción de nuestros sentimientos íntimos, debemos buscar el bien de nuestros hijos, amoldando la educación del hogar á la de la escuela, aliándonos al maestro, y entregándole sin restricción la enseñanza intelectual, en tanto que por nuestra parte cultivamos la del corazón y la moral, puesto que todavía no estamos á punto de desempeñarlas todas, cumpliendo el deseo de Sor Juana Inés de la Cruz de que "ojalá hubiese mujeres doctas para que por sí mismas educasen á sus hijos."

Ya que esto por el momento nos es imposible, y ya que como hemos dicho antes, contamos con grandes elementos de instrucción, no desperdiciemos sus beneficios, y hagamos de la generación venidera un modelo de ilustración y de cultura; para ello no tenemos mas que hacer sino enviar á nuestros hijos á la escuela; no necesitamos mas que dos cosas: voluntad y perseverancia.

Las madres lacedemonias decían á sus hijos al entrevarles el escudo que debían llevar á la guerra: "vuelve con él ó sobre él". Nosotras, que no deseamos ver brillar sobre esas adoradas frentes el lauro de la sangre y la matanza, sino los de la inteligencia y el talento, debemos decirles al entregarles los libros que deben servir para su enseñanza: volved con ese caudal de conocimientos, ó retirad de nuestro seno vuestras cabezas que hasta que no abdiquen el negro sello de la ignorancia, no recibirán el entusiasta, beso de nuestra aprobación."

LAUREANA WRIGHT DE KLEINHANS.

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