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HIGIENE.
DEDICADO
Á LAS MADRES DE FAMILIA

A vosotras, mártires del hogar que primero exponéis
vuestra vida y después sacrificáis descanso y tranquilidad
por los frutos de vuestro amor, á vosotras os dedico estas
pláticas. Si ellas carecen de erudición, perdonad la pobre-
za del presente que os hago; mas si alguna vez encontráis
un consejo útil, reclamo como premio que á mi nombre

imprimáis un beso en la sonrosada boquita de vuestros
bebés.

Vamos á considerar al niño desde ese momento crítico
en que agitando sus manecitas como para defenderse,
protesta con toda su naciente energía contra el frío y el
primer rayo de luz que hiere su pupila.

Ese niño que es esperado con ansiedad, para el que ya
está preparada con toda la coquetería maternal la alba
cuna y la preciosa camisa de batista ¡ay! ese niño es reci-
bido con malos tratamientos. ¡Quiñen creyera que la madre
toda amor y abnegación, prepara para su hijo, y aun antes
de conocerlo, los instrumentos inquisitoriales para aplicarle
el tormento desde el primer instante de su llegada al mun-
do! ¡Quién lo creyera! Y sin embargo, es una verdad pal-
maria que procuraré demostraros; pero antes de hacerlo
voy á hablaros de un punto vital para los niños: del mo-
mento en que se les debe cortar el cordón ombilical.

Es general que lamadre y los asistentes obliguen con sus
indicaciones á la persona que está al lado de la enferma,
prodigando sus recursos científicos, á que retire cuanto
antes al niño, para lo cual necesita cortar el cordón. Est·
probado perfectamente que un niño despuÈs de nacido,
continúa recibiendo sangre por el cordón ombilical, du-
rante algunos minutos; así pues, la madre no debe obligar
á quien la cuida á que corte el cordón, sino que debe es-
perar el tiempo preciso para que lo haga y así el niño ten-
drá tres onzas más de sangre en sus vasos. Todos sabemos
que la riqueza en cantidad y calidad de la sangre, es un
elemento poderoso de vida; y siendo esto así, las madres
no deben privar á sus hijos de ese aumento de sangre.

Estoy segura que ninguna de mis lectoras permitiría
que un flebotomiano practicara una sangría en el recién
nacido y le extrajera tres onzas de sangre; y bien, la ma-
dre desempeña para con su hijo el papel del flebotomiano
cuando pide que se apresuren á cortar el cordón.

Nada os diré de las condiciones que debe llenar el pri-
mer baño para el bebé: esto le toca á la persona que asis-
te á la enferma; pero examinemos rápidamente los ins-
trumentos que ha forjado la madre para martirizar á su
hijo. El primero, y no poco importante, es la camisa: es
de rigor que esa pieza de ropa sea compuesta (de no ser
así se dirÌa que la madre sólo sirve para el estrado; ¡qué
vergüenza!) la monísima camisa lleva encajes en el cue-
llo y puños; las costuras todas, también llevan encajes ó
tiras bordadas, cerraduras de camarón, costillas de ra-
tón, ete., ó bien sobrecosturas que no queden aplanadas
(esto no es de mujeres hacendosas) sino como un cordón.
Todos estos primores son más notables y numerosos cuan-
do se espera al primer niño ¡pobres primogénitos! En el
caracol se repiten las preciosidades que en la camisa, y
algunas otras: encajes con profusión, botones, etc. además
debe quedar perfectamente ajustado, porque si no es así,
¡qué feos se ven los niños; parecen muñequitos desbara-
tados! Y qué diremos del fajero? es uno de los útiles que
llenan mejor su objeto; es decir, martirizan más á los ne-
nes, pues esa tira de dos á tres dedos de ancho lastima
el delicado abdomen del niño y le hace llorar amarga-
mente.

Las mantillas, en lo general, se hacen en forma de de-
lantal y plegadas á tablas; de esta manera se consigue
que los bordes de los tablones y las cintas de las pretinas

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