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en todo el año los sacaban, si no era en las fiestas que celebraban, que eran cuatro: la primera llamaban MALINALTZI, que quiere decir “la fiesta del torcer”, y era la fiesta del fuego o de la lumbre, porque llevaban unos troncos de madera y, con otro, otras puntas muy agudas. Y, torciendo en el otro palo, encendían lumbre y sahumaban con el incienso que tenían, que llamaban COPALI; y aquel fuego servía de quemar los sacrificios. Y esta fiesta era a entrambos juntos los dos ídolos, y poníanlos a vista del pueblo en sus altares de flores y rosas, sobre unos ICPALES o silletas. No había, entonces, ofrenda más que de regocijos, bailes y mitotes.

Llamaban a la segunda la fiesta del OCELOTL, que quiere decir “tigre”, en que sólo salía aquel ídolo y ofrecíanle palomas y tórtolas solamente, y, según dicen, en tanta cantidad que, de ocho mil indios, no dejaba de ofrecer ninguno. Y el que no podía ir, estando lejos, enviaba doblada la ofrenda.

Era la tercera fiesta de ACATL, que llaman “caña”, y, en ésta, el cacique y señor ofrecía él sólo, y no otro alguno, y la ofrenda era sólo un QUETZAL, o plumaje verde guarnecido de oro, y una paloma
en una caña verde. Y llevaba estas dos cosas desde su casa, y acompañandole todo el pueblo, hasta el templo, con mucho ruido de atambores y de jabebas, 8 y cantos de alegría. Y este día daba el cacique, a todos los de su casa y a los grandes, de comer y vestir.

La otra solemnidad era mayor y más principal, donde ofrecían hombres y mujeres, y perros y patos y codornices y papel. Y había una piedra en medio del templo, redonda como rueda de molino, y allí sacaban el corazón del desventurado, estando vivo, con unas agudas navajas, y el corazón llevaban a los ídolos y lo quemaban. Y había un agujero donde los echaban. Luego, aquel cuerpo estaba ya como santificado, y daban dél a cuartos, con gran reverencia, a quien querían los sacerdotes.9

La elección de los cuales era por autoridad del cabildo y de todo el pueblo, y tenían un sumo sacerdote que llamaban QUAQUIHUITZIN, 1° que era electo de los mismos sacerdotes y de todo el pueblo. No eran casados, ni se les permitía, ni salir del templo por ninguna vía, y, si alguno salía, era castigado, en especial si le tomaban en adulterio o en cosa de fornicio. Y esto castigaba, no el sacerdote sumo, sino el rey, de manera que él y ella morían a golpes en los cogotes, y después eran despedazados. Y para cumplir el número, que siempre había de estar cabal, que eran ocho (para cada ídolo, cuatro), queriendo cumplir el número, hacían su elección. Y, llamado el electo, le ponían las carnes del justiciado delante y le exhortaban a que no cayese en lo que su antecesor, si no quería venir a aquel desventurado fin. Y, si era casado, de allí se despedía de su mujer e hijos, que nunca más los veía. Y, si la mujer iba, como era costumbre, a la puerta a llamarle para que por ella ofreciese sacrificio, le castigaban como si form'cara.

Y era ésta la costumbre: de que, cuando alguno pedía algo al dios a quien sacrificaba, era llevado al templo con la ofrenda para el idolo y para el sacerdote, y, tomándolo de la mano, decía: “ACATL, u OCELOTL, pide

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