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LA ILUSTRACIÓN Y LA EDUCACIÓN DE LA MUJER

Mucho se ha escrito por eminentes y reputados autores
sobre asunto tan delicado y de una trascendencia tan abso-
luta; y no es mi débil voz la que después de esas autorida-
des reconocidas levantará un eco en la sociedad, ni mis ideas
serán las mejores en esta materia; pero a pesar de todo, ex-
pondré mis teorías sobre el particular, porque siempre que se
trate de encomiar a las de mi sexo aprovecharé las observacio-
nes que haya podido recojer en el trascurso de mi vida

Muchos jefes de familia tienen aún la errónea creencia de
que dando a sus hijas cierta ilustración y ciertos conoci-
mientos, sólo lograrán hacer de esos seres tan queridos unas
marisabidillas vanidosas e inútiles por completo en el hogar
de donde deben ser ángeles.

Esto, en mi concepto, no deja de ser cierto en algunos
casos; pero yo creo que el resultado depende de la manera
de sembrar en corazones tiernos la semilla, que debiendo dar
excelentes frutos, los agosta y esteriliza por la falta de un
acertado cultivo.

Con frecuencia vemos jóvenes tan hermosas como instrui-
das, hacerse insoportables para los que tienen la desgracia
de tratarlas, pues ellas son un pozo de ciencia; saben de to-
do; se han pasado los mejores años de su vida en los más
acreditados colegios; han tenido por maestros a los más re-
putados profesores, y pueden sostener cualquier conversa-
ción sin cometer el más ligero error en historia, geografía,
gramática, etc., etc. Y después........ para colmo de su
felicidad, son bellas. ¿Qué más puede exigirse a una niña
que aun no cuenta 20 primaveras? Si vais a su casa, siem-
pre encontraréis en el piano las piezas cuya ejecución, es en-
teramente difícil, pero que sus ágiles dedos de rosa han lo-
grado vencer. En su estudio encontraréis algún paisaje o
retrato a medio copiar, que os hará creer que alguna miste-
riosa hada, guía las preciosas manos que lo pintan; y no se-
rá extraño que le encontréis también algún álbum en el que,
en sonoros y dulcísimos versos, haya vertido sus castas im-
presiones, paes además ha estudiado y conoce a Gil de Zárate,
Hermosilla y qué sé yo qué otros autores de literatura.

Pero esta misma joven se desdeñará de confeccionarse un
traje, y más aún, de entenderse con el arreglo interior de su
casa y con esas pequeñas minuciosidades que le parecerán
de mal tono. Y es que esto no se enseña en los colegios; y
esta joven que estudió tanto, y tanto sabe, el día que llegue
a ser esposa y madre de familia, se encontrará con un pro-
blema imposible de resolver.

Pues bien, a esta niña le faltó la delicada y acertada di-
rección de una madre previsora y tierna, quien creyó que era
bastante abandonarla al estudio y hacerla después brillar en
el mundo; como si esta criatura sólo tuviera la misión de
agradar en los salones y nunca se hubiese de encontrar fren-
te a frente con sagrados deberes que llenar, tanto más ate-
rradores cuanto más ignorados son para ella.

Conozco un juguetito cómico que se intitula La Mujer Li-
bre y voy a referir a mis lectoras su argumento. Se trata de
una linda joven casada y a quien el cielo, para colmo de ven-
tura, ha concedido un hermoso niño. Ella es tierna y abriga
buenos sentimientos; pero estas dotes están ahogadas por el
afán de aparecer, ante todo, erudita y libre, y asó poco se
ocupa de su esposo que la ama a pesar de todo, y de su hijo
que en tan tierna edad (aun está en la lactancia), necesita
de sus cuidados más asiduos.
Nuestra heroina vive siempre en los clubs y círculos de
mujeres que proclaman la emancipación de las de su sexo, y
su esposo, en cambio, le toma cuenta a la cocinera y procu-
ra acallar el llanto del niño, supliendo el alimento que la
naturaleza puso en el seno de la madre, con papillas, Teso-
ro de los niños, o algo equivalente.

Un antiguo amigo del infortunado esposo, que tiene oca-
sión de observar todo esto, le aconseja que se finja enamo-
rado de la criada, que es una muchacha de no malos bigotes,
para ver si su esposa, notando que é vuelve los ojos a otra
parte, se corrije, y abandona las sociedades y los clubs para
dedicarse a reconquistar el amor de su compañero de toda
la vida; y habiendo puesto en ejecución el plan convenido, lo-
gran su objeto; y ella, que en el fondo es buena, comprende
que sus deberes no están sino en su hogar, de donde es la
reina absoluta.

Este tipo existe, lectoras mías, y existe aun otro más co-
mún todavía, que procuraré describíroslo.

Figuraos a una mujer joven y bella que entiende perfec-
tamente el gobierno de su casa; que sabe coser, bordar, y
que en materia de dulces, pastas y curiosidades no hay quien
la aventaje. Va a misa todos los días, y es cariñosa, econó
mica y trabajadora; pero llega su marido agobiado por los
negocios, cansado y triste; y cuando la quiere hacer partÌci-
pe de sus asuntos o consultarle algo acerca de lo que le pa-
sa, no tendrá para él un consejo acertado y juicioso ni una
palabra oportuna, ni podrá en suma, sostener con nadie otra
conversación que no sea de trajes, dulces, criados o enfer-
medades.

A esta mujer, pues, su marido sólo la considerará como
una excelente ama de gobierno (lo cual debe ser bien triste)

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