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Año 1, Tomo 1, Número 3

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molesten á maravilla. Las mantillas no se atan sobre la cintura, sino sobre el pecho; este es el mejor medio que se ha encontrado para evitar que el niño respire con libertad: es decir, se le niega la cantidad de aire que el pulmón necesita aspirar para que se verifique la trasformación de la sangre y esta vaya á nutrir todos los órganos del cuerpo. La naturaleza nos ha dado aire en grande abundancia; pero la madre, con la aplicación de las mantillas sobre el pecho, se encarga de disminuirle la ración al hijo de sus entrañas. No pareciendo bastante molestos los fajeros, pretinas y cintas, se les cruzan los bracitos sobre el pecho, se envuelven en una sábana y muchas veces se atan con otro fajero: este es el lujo en el martirio. Para completar la obra se envuelve la cabecita del niño en el pañuelo formado alrededor de la cara como una toca, después se cruza sobre el pecho y se anuda por la parte posterior, quedando de esta manera comprimido el cráneo é inmovilizado el cuello.

Ya tenemos al niño, objeto de la ternura maternal, convertido en un rodillo, teniendo movimientos sólo de totalidad y privado de respiración libre.

No os parece, lectoras, que hay razón para llamarles á las piezas de ropa con que se atavían los niños, instrumentos inquisitoriales? Tiempo es ya de que cesen esos martirios para el niño, proveyendo la canastilla de camisas sin adorno y con sobrecosturas anchas y aplanadas; mantillas de abrigo sin pretinas, detenidas por alfileres de seguriridad; vendas de seis á ocho centímetros de ancho, por un metro de largo y sin costura alguna (á lo más sobre hilados los bordes) para contener la curación del ombligo; batas largas y holgadas, de bombasí ó franela con mangas holgadas también y más largas que los brazos, que detenidas por un alfiler en la parte delantera de la misma bata y al nivel de la cintura, eviten los movimientos bruscos de los miembros superiores sin obligarlos á la inmovilidad; y por último, gorritos sin adornos que abriguen la cabeza sin comprimirla. Con estas ropas se faltará á la estética pero se le rendirá culto á la higiene, y la madre dejará de ser el verdugo inconsciente de su hijo que tiene derecho á moverse y respirar como todo ser humano, y para el cual ella debe ser el guardián más solícito y complaciente.

Acostumbran las madres acostar al niño en su misma cama y á pretexto de que tienen frío, les cubren hasta la carita con la misma ropa con que ellas se abrigan. Tal procedimiento por más que esté conforme con el amor de la madre es altamente anti-higiénico; porque se somete al niño á respirar en los primeros días de su vida un aire que no reune las condiciones de pureza de que tanto necesita el recién nacido. El niño debe tener un poco lejos del lecho de la madre su cama ó cuna provista de buenos abrigos, evitando las almohadas y colchones de pluma y con un pabellón de tela ligera que le permita respirar libremente.

No os alarméis, lectoras mías, si os quiero privar de la dulce sabisfacción de estrechar constantemente al niño entre los brazos en los días de vuestra convalescencia, y de presentarlos adornados con cintas y encajes. ¿Qué importa que en los primeros meses omitáis esas ostentaciones del refinamiento, si en cambio proporcionáis á vuesbros hijos bienestar y salud?

La Iglesia manda que el bautizo de los niños sea en los primeros días que siguen al nacimiento; pero la Higiene, sin censurar el mandamiento, aceptaría mejor que la ceremonia se retardara algunos meses para evitar el enfriamiento brusco que el agua produce, y el catarro que generalmente contraen los niños por tener que desnudarlos casi enteramente en las sacristias, estando sudorosos por el excesivo abrigo con que se les lleva. ¡Ojalá que la ceremonia del bautizo se generalizara el hacerla á domicilio; entonces yo sería la primera en aconsejaros que no retardarais el santo sacramento ya que todos sabemos que con él libráis á vuestros hijos del horroroso peligro de vivir en tinieblas eternas en el Limbo. Mas como la Iglesia aún no ordena que la ceremonia se retarde, ó se efectúe en las recámaras, la Higiene lamenta esta omisión y sonriente da las gracias á la ley que se conforma con sólo el testimonio de dos personas para darle sus derechos civiles al infante, ó espera un poco de tiempo para que lo presenten al Registro, evitando de esta manera peligros que pueden amenazar seriamente la vida del recién nacido.

De los cuarenta días en adelante se ven por las calles niñitos recargados de adornos y cubierta la cara sólo con un velo de tul. Los pobrecillos que no se dan cuenta de si tienen la obligación de halagar el amor propio de la mamá que se complace en mostrar públicamente á su hermoso hijo, ó la vanidad del papá que abre el bolsillo para la compra de listones y finísimas telas, sufre sin embargo las sinrazones de la moda y tiene que dormir al aire libre, como no lo harían seguramente ni su mamá ni su papá, á pesar de ser más grandecitos.

¿No es verdad, lectoras queridas, que vosotras preferiréis que vuestros bebés no sean admirados por el público en los seis primeros meses, cuando sepáis que antes de esa edad muy fácilmente contraen los niños catarros, pulmonías y enfermedades del estómago? ¿No es cierto que después quedaréis bien compensadas y satisfechas en vuestra amorosa y disculpable vanidad, mostrando á un niño lleno de vida y que debe su salud á vuestros cuidados en los primeros meses de su existencia? A los sacrificios que os cuesta la lactancia, agregad el del amor propio, y entonces con derecho podréis confesar ante vuestra conciencia que habéis cumplido con la sublime misión que tiene cerca de su hijo la madre buena —MADRESELVA. (Continuará).

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Año 1, Tomo 1, Número 4

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uso del tira-leche que os dará resultados más eficaces sin fatigar inútilmente á vuestro hijo ni molestaros vosotras.

Ya supongo al niño llegado al tercer día de su venida al mundo. ¡Qué alegría para las madres! ¡qué orgullo tan legítimo debéis sentir cuando amorosas tomáis á vuestro niño en brazos y lleváis á sus labios el nutritivo alimento que Naturaleza os dió para satisfacer las necesidades del bebé. Seguramente que si habéis cuidado de no irritarlo con el orégano ni indigestarlo con yema de huevo, conciliará un sueño tranquilo durante el cual al ver sus facciones en perfecta calma y entre sus labios jugueteando la cándida sonrisa, creeréis que está en animada plática con los ángeles del cielo. —MADRESELVA. (Continuará)

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Año 1, Tomo 1, Número 9

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tra ante este dilema: abandonar temporalmente á su hijo ó perecer de hambre? ¡Pobres madres!

La pluma ha corrido, lectoras mías, é inconscientemente me he apartado de mi programa; pero para contentaros, haré un esfuerzo é imitando lo que se hace con los instrumen-* tos de música, obligaré mi plática á higiene; vais á verlo.

La Higiene cuida entre otras cosas de la mejor manera para conservar la especie humana; ¿no es cierto? La clase obrera por la razón que he procurado bosquejar y por otras muchas de que no me atrevería á hacer el boceto, arroja un contingente muy considerable en las estadísticas de esterilidad, consecutiva á enfermedades de la cintura, y de la mortalidad en los niños pequeños; ¿concedéis? luego os he hablado en nombre de la Higiene; y también en su nombre os hablaré de un medio que hay para que la obrera pueda conciliar el cuidado de su hijo recién nacido y la asistencia al taller en donde gana un pan cuotidiano.

Existen en Europa sociedades protectoras de la infancia que se encargan de llevar á domicilio recursos para las obreras que por estar en la convalescencia de su alumbramiento no pueden trabajar, y estos auxilios son impartidos sin distinción de religiones ni estado civil. Existe también la costumbre en algunos dueños de talleres, de continuar pagándoles á las obreras su jornal hasta que el médico declara que están en condiciones de volver al obrador. También en Europa hay establecimientos en donde se reciben á los niños desde los pocos días de nacidos hasta la época del destete, y allí son cuidados durante el día y alimentados por nodrizas, dejando así á las madres obreras el tiempo libre para trabajar, y sin privarlas en la noche de las caricias y compañía de sus hijos. Algunos de estos establecimientos son grabuitos, sostenidos por asociaciones piadosas ó por el Municipio; en otros exigen una pequeñísima retribución que las obreras pueden satisfacer. Algunos industriales ricos han creado en el interior de sus fábricas ó talleres, un departamento especial en donde la obrera deja á su hijo al cuidado de mujeres pagadas con este objeto y la madre puede cada dos ó tres horas ir en busca de su niño para alimentarlo. De esta manera la obrera trabaja tranquila y no desatiende los principales deberes de una madre.—MADRESELVA. (Continuará).

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Año 1, Tomo 1, Número 10

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HIGIENE. DEDICADO Á LAS MADRES DE FAMILIA (CONTINÚA).

Tenemos en México un establecimiento semejante ó sociedades que cuiden de la vida de los recién nacidos. Existe la Cuna; pero allí van los niños abandonados ó aquellos cuyos padres, para conservar sus derechos pagan veinticinco pesos mensualmente, y según sus deseos de que los niños estén en el establecimiento ó los envíen á alguna de las poblaciones cercanas para que los críe una indígena. ¿Puede acaso la obrera satisfacer esas cantidades?

La rehabilitación de una mujer será fácil, en mi humilde concepto, cuando se le enseñe á ser buena madre y tal resultado se conseguirá, á mi juicio, proporcionando los medios para que las mujeres de la clase pobre no se aparten de sus hijos ni los vean expuestos á perecer de hambre y de frío. En este caso la caridad comenzaría la rehabilitación, y el amor á la familia haría lo demás. Para alcanzar tan loable objeto, cuánto sería de desear que se imitara á los europeos (ya que tan afectos somos á la imitación) y que así como se ha creado la “Casa Amiga de la Obrera” se fundaran establecimientos análogos en donde los recién nacidos encontraran alimento y cuidados gratuitamente ó por medio de una módica retribución. ¿Qué madre se negaría á pagar un veinticinco por ciento del producto de su trabajo, si en cambio sabía que $u hijito vivía y vivía bien? Y las damas y las sociedades mubualistas se negarían á contribuir con una cuota mensual para el sostenimiento de una casa en donde se protegiera al sér más débil, al niño?

México cuenta un número de habitantes que no guarda relación con sus riquezas ni con su extensión, y cuidando de los niños cuya mortalidad, en los dos primeros años de la vida, alcanza á una cifra asombrosa, se tendría un medio seguro y poco oneroso de aumentar la población y con ella la industria, las artes y todo lo que constituye el engrandecimiento de un país.

No se me oculta que así como encontrará eco esta idea en el corazón de las buenas madres, también encontrará quienes la censuren y digan que proteger al recién nacido sería inmoral, supuesto que la mujer no tendría inconveniente en librarse á una vida de libertinaje, sabiendo que la sociedad se encargaría de mantenerle á su hijo; mas apresurémonos á contestarles que para que los instintos se refrenen por la reflección y las necesidades fisiológicas se sometan al cartabón del

raciocinio se necesita delicadeza de sentimientos y una culbura que no poseen nuestras mujeres del pueblo. Por lo de- . más no pretendo conocer todas las ventajas é inconvenientes de una cuestión social de tan alto interés; quede esto para los filósofos, para los sabios; mas para mí bastará solamente deciros, lectoras mías, que la higiene en muchos casos necesita del concurso de las autoridades y de los ricos para coadyuvar á la salubridad y engrandecimiento de las sociedades, y que estas consideraciones, quizá atrevidas, me las ha sugerido el haber presenciado varios casos; pero entre ellos uno muy reciente: Trátase de una madre con tres niños á quienes alimentaba con el producto de su trabajo: hace pocos días dió á luz otro niño. Y bien, esa pobre costurera qué hará ahora que su recién nacido le impide trabajar? ¿quién protejerá á su familia? No hagámos en contra de ella consideraciones egoístas, pues no sabemos si en un momento de dolorosa desesperación, al oir el lastimero grito de sus hijos que tenían hambre, ella salió casi loca en busca de pan y encontró la deshonra! Respetemos esos dolores y pensemos en que si hubiera establecimientos en donde pudieran depositar durante el día á sus niños, muchas infelices madres estarían gozosas, no abandonarían á sus reción nacidos y tal vez continuarían honradamente proporcionando á sus otros hijos él pan santificado por el trabajo.—MADRESELVA.

(Continuará).

REMITIDO. LA NOVELA COMPARADA CON EL ESTUDIO

Uno de los vicios que más corroen á nuestra enfermiza sociedad, es la lectura de los malos libros. La mayor parte de los novelistas modernos extraviando impunemente su correctiva y regeneradora misión, acercan en dorada copa á los labios de la ardiente y fogosa juventud, el tósigo que no sólo atrofia y paraliza los bellos atributos del sentimiento, sino que mata para siempre su moral y seductoras creencias, convirtiendo el corazón en un estuche vacío, donde sólo tiene cabida el helado descreimiento.

Tal vez creerán injustas ó exageradas nuestras aseveraciones; pero sin duda es porque su inherente egoísmo ¿indiferencia los hace observar con microscopio nuestras dolencias sociales.

En la edad en que los albores de la ciencia y del saber debieran alumbrar la inteligencia de la juventud, es cuando recibe por alimento intelectual la maquiavélica lectura de esas novelas, mengua de nuestra cultura y civilización que, con el frío escalpelo de la incredulidad, desgarran el albo ropaje de la que ellas llaman quimérica virtud; personifican el vicio y el crimen cubriéndolo con dorado antifaz, é impregnan, por decirlo así, sus impuras páginas con el ridículo escepticismo tan en moda hoy, que si no se alardea de llamar paradoja y pobre legado de la ignorancia de nuestros mayores á las más sagradas creencias, tam

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Año 1, Tomo 1, Número 19

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vestirse. Pero hay ejemplos más concluyentes como lo es el hecho narrado por el capitán Speke: “Cuando hacía buen tiempo, dice éste, los africanos se pavoneaban orgullosamente envueltos en sus mantos de piel de cabra; pero á la menor humedad se despojaban prontamente de sus mantos, los plegaban con cuidado, y exponían, tiritando, sus carnes desnudas á la inclemencia de la lluvia.”

Todos estos detalles de la vida primitiva demuestran que el uso del vestido ha nacido del prurito de adornar el cuerpo, y hay mayor razón para insistir en este origen, cuando se observa que entre nosotros mismos son muchos los que prefieren el lujo al bienestar, la elegancia á la comodidad, las ventajas externas que deben á sus trajes á los servicios que estos les prestan.”

En efecto, el gusto de lo brillante ha precedido al uso de lo útil; y aunque en nuestros días el sentimiento de la comodidad ocupa el primer rango en los vestidos de los hombres, no sucede lo mismo con el de las mujeres, que cada día, por acatar las leyes de la Moda se imponen nuevos y penosos sacrificios que afectan su constitución; y lo que es peor, educan así á sus hijas sin preocuparse de las consecuencias. Hace poco tuvimos ocasión de lamentar la muerte de tres amigas que perecieron al dar á luz su primer hijo; y como estos hechos se repitieron en otras personas que conocíamos, preguntamos á un amigo Doctor, por qué esas pobres madres habían tenido ese desenlace en un acontecimiento tan natural, y nos contestó: “La Moda, los tacones, el corsé, las fajas de resorte, ete., son los poderosos y eficaces factores de estas desgracias.” Insuficientes para tratar fisiológicamente los deplorables efectos que producen esas causas, nos limitamos á lamentar la perniciosa moda, y no nos atreveremos á tratar de extirparla por temor de incurrir en el desagrado de nuestras lindas pollas, que verían como un delito de lesa elegancia el consejo de suprimir el corsé cuando la Moda ordena que se lleve. Sin embargo, como nos complacemos en reconocer el buen juicio de nuestras compatriotas, y escribimos con el objeto de hacer extensivas algunas prátticas de sencilla y útil aplicación en la familia, no vacilamos en aconsejar á las madres que cuando menos, retarden cuanto sea posible el uso del corsé y de las fajas de resorte para dejar en completa libertad el desarrollo físico de la mujer, teniendo en cuenta sus imprescindibles funciones de madre.

Madreselva, en sus preciósos artículos de Higiene, encarga la proscripción de randas, encajes y bordados en la envoltura de los recién nacidos, exponiendo los perjuicios que pueden acarrear á los niños estos adornos; no dudamos que la correcta escritora será oída, y que cuando menos, en los primeros días de la vida, los niños serán preservados de los peligros que más tarde les traerá la Moda.

No se crea que al hablar así condenamos absolutamente las prescripciones de la voluble deidad ni pedimos que se pasen por alto sus prudentes advertencias; nada de eso: no olvidamos que “el mundo vive de formas” y por lo mismo creemos necesario seguir con moderación y juicio la moda reinante. Sólo deseamos que no se le sacrifique la salud; y que no se acostumbre á los niños á rendir un culto inmoderado á la exigente diosa, ni á estar siempre pendiente de susinnumerables caprichos para acatar sin previsión ni examen todas susleyes. Creemos que la virtud de la modestia inculcada desde muy temprano en los hábitos y gustos

de las niñas darán ópimos frutos cuando á su vez tengan ellas que formar corazones y caracteres que han de influir necesariamente en la sociedad, Así una madre prudente acostumbrará á su hija á no desear nunca más de lo que posee; y evitará cuidadosamente que se despierte én ella el deseo de competir en adornos y vestidos con sus amiguitas, haciéndole profesar como un principio, que la única competenciadignases la de la inteligencia. Les enseñará que un vestido bien cortado y limpio, aunque sea de una tela modesta, vale tanto como otro de rica seda que tal vez ha costado penosos sacrificios adquirir. La acostumbrará á que tome parte en la confección de sus vestidos y de su ropa interior, imponiéndole el deber de revisar esta semanariamente para que nunca la falta de una cinta ó de un botón acuse descuido y abandono.

La modestia, el aseo y el sentimiento de la comodidad, creemos que deben ser los principales móviles para la compra y confección de los vestidos. (Continuará.) MATEANA MURGUIA DE ÁVELEYRA.

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